jueves, 19 de junio de 2008

Moquegua responde la violencia


Las madres que deciden matar a sus hijos en la mayoría de los casos lo hacen envenenando la leche que les hacen tomar. Los hombres que deciden matar a mujeres por celos, lo hacen generalmente con puñaladas en el bajo vientre*. Cada cierto tiempo distintos pueblos del Perú deciden tomar carreteras, agredir a la policía, desconocer la arbitraria legalidad. Estas formas extremas de actuar son el dialogo final al que algunos humanos o grupos llegan en determinadas circunstancias. Antes que poner el grito en el cielo como si los demás no fuéramos violentos, lo necesario es interpretar las violencias.

En las rebeliones de los pueblos hay una violencia que precede a sus reacciones. Una violencia que hoy principalmente emana del Estado, del gobierno, de muchos medios de comunicación. Los moqueguanos venían reclamando por el tema del canon desde hace meses, como otros pueblos lo hicieron y hacen por distintos temas ante el silencio centralista. El gobierno simula ser víctima de una manera repudiable, cuando es al menos co-responsable de lo sucedido. García habla de juzgar a los culpables de los desmanes del mismo modo que a los que se levantaron en Andahuaylas por que no se puede aceptar la impunidad. Perfecto, comencemos por juzgar los muertos que el presidente tiene en el ropero.

Frente a la violencia incrustada en el discurso político y económico todos callan, con lo que la normalizan. Frente a la violencia última forma de dialogo de los que su voz pretende ser anulada, todos se horrorizan. Y es que las violencias no se pueden anular, son expresión de una situación que no se frena con los 229 soles ni con las lap top reveladoras. El gobierno afirma que ha logrado acuerdos que garantizan la paz social, pero ni por asomo reformará las normas que son el origen de la disputa.

En lo de Moquegua nunca se rompió el diálogo, éste se transformó en silencio desde la centralidad y grito desde el sur que derivó en acciones en relación al dinero que producen las minas. El tema del canon es sólo un resorte para lo sucedido. La ilegitimidad de la perspectiva gubernativa es el caldo de cultivo, es inconsistente y se escuda en los lugares comunes del autoritarismo anti reformista. Tanto así que ciertos sectores cuestionan y pretenden retrotraer el proceso de descentralización, porque algunos gobernantes regionales tienen mucha capacidad de decisión. ¿No es esa la demostración de la incapacidad del centralismo para transformarse?

Otros aspectos desnudados en estas manifestaciones sociales son la autoridad y la legalidad. En relación a la legalidad es evidente que está mal estructurada, pero no sólo en el caso del canon, sino en mucho de la política económica y de la apuesta para llevar al país al desarrollo. El escudo es calificar a las reformas como desestabilizadoras, cuando la estabilidad impermeable es la fuente clave del desorden. Asimismo se ha exagerado el asunto de la rendición del general y de sus tropas, cómo si hubiese podido hacer algo distinto frente a quince mil protestantes. Que un grupo social doblegue a un contingente uniformado es un símbolo de cómo las cosas andan en el país de las olimpíadas.

La estabilidad no es cuestión ni de derechas ni de izquierdas, es asunto de reconocer que no se ha hecho mucho desde el poder por variar el leguaje en el que nos desenvolvemos. Pretender anular las violencias desde un discurso cínico o sólo identificarlas con la protesta social y las acciones desesperadas hoy de Moquegua mañana de Pisco, es alimentar las condiciones para seguir dialogando en violencias. Alva Castro no existe. Lo que se requiere es mirar al país desde una nueva política, que se atreva a poner en la balanza los actos de todos los involucrados en los conflictos y no cargar el peso sobre la protesta.

El análisis de los hechos sociales se ha encorsetado en los límites de lo correcto. No sólo es el discurso que define a las violencias como ininterpetables y así las alimenta, sino que muchos que buscan ser oposición al gobierno no se permiten ir un paso más allá y repiten el blablabla. El paso más allá es analizar las violencias y reconocerlas como dialogo extremo, porque éstas dicen mucho.

Es triste pero no hemos hecho mucho por abandonar las violencias a pesar de que la guerra interna tuvo como triunfador al Estado. Ese triunfo por el que miles de peruanos murieron, fue secuestrado por una forma de ver el país que desde su desprecio a la oposición y a los planteamientos alternativos, ha llegado a ser hoy la principal fuente de enfrentamientos. Y no me vengan con el cuento de que estoy alentando la violencia cuando lo que hago es rastrear su vigencia.

* Datos del seguimiento de homicidios y asesinatos publicados en los peridotos, producidos en el cono norte de Lima, comentado por el antropólogo Jaris Mujica.

Alexandro Saco
18 6 2008

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