En nuestra galaxia, la Vía Láctea, hay más estrellas que todos los granos de arena de las playas del planeta tierra.
Varias veces tanto en mis artículos cuanto en Civilización he repetido que creo que los animales son más inteligentes que los humanos en muchos sentidos. Quizá eso haya sido tomado como palabras para llamar la atención o caer bien, pero esa no es la intensión. El problema que enfrenta esta idea es que estamos acostumbrados a observar a la inteligencia como un hecho únicamente humano, a medirla dentro de nuestros parámetros intelectuales, a validarla en determinadas situaciones científicas o sociales. Lo que sucede es que hay que desprenderse de esas limitaciones antropocéntricas y observar al universo como lo que es, un espacio-tiempo en el que el humano es insignificante.
Hay un lugar común que establece que los actos más repulsivos de los humanos son actos animales. Y se utiliza el adjetivo animal para ese fin. Un violador, un asesino, un hombre que golpea a su pareja, un chofer irresponsable, son adjetivados como animales. Extraña presunción la que se ha atribuido el leguaje del hombre para igualar sus actos eminentemente humanos a los animales. Ninguno de los vicios y males que los humanos comenten en cada instante puede ser atribuido a los animales de una manera tan ligera.
El animal no asesina, mata por supervivencia o por hambre. El animal no maltrata a su pareja ni tiene hijos más allá de su ciclo natural de reproducción. El animal no es un peligro en el desarrollo de la convivencia social humana, a no ser que se invada su territorio o se les conmine en indignos espacios para su exhibición pública. El animal no tiene sistemas políticos, ni jurídicos, ni comunicacionales que discriminen y aumenten las desigualdades. El animal tiene muy en claro cuál es su espacio vital, que hoy ha sido invadido y destruido por el hombre en la mayoría de zonas del planeta. Entonces, eso calificar las peores conductas humanas como actos animales es un atrevimiento producto del antropocentrismo del que no queremos desprendernos.
A pesar de esas distancias tan claras entre la acción del hombre sobre el planeta y sobre él mismo, seguimos ejercitando nuestra supuesta superioridad. Encerramos a los animales en sucias jaulas, acuarios ínfimos, azoteas olvidadas, y todo para el deleite de nuestros hijos o pantallas. Un tigre en veinte metros cuadrados, un águila entre fierros, una jirafa bajo techo, unos peces en la infinita limitación de una pecera; y toda la industria alimentaria.
Las especies se siguen extinguiendo. El hombre asume eso como la consecuencia del desarrollo. Quizá recordar que en nuestra galaxia, la Vía Láctea, hay mas estrellas que todos los granos de arena de las playas del planeta, y que la Vía Láctea sólo es una de las miles de millones de galaxias, sirva para colocar a este hombre inteligente en su adecuado lugar.
Religiones y creencias atribuyen a algunos animales poderes o males. Otros humanos cual juguetes adquieren mascotas en fechas de celebración, y otros invierten la realidad y cuando son atacados por algún animal no se asume ninguna responsabilidad. El ADN ya ha demostrado que lo que nos separa genéticamente de los animales es casi nada, menos de medio por ciento de un código en el que se encuentran las claves de la vida. Pero seguimos siendo los reyes de la creación, y la inteligencia nuestro atributo para unos y nuestro don para otros.
Medir la inteligencia de manera univoca es todo lo contrario a aplicarla. La inteligencia es apertura, reconocimiento de limitaciones, aceptación de una idea cuando es más coherente que la otra, comprensión de realidades distintas. La inteligencia no es única, y no puede ser encasillada en lo humano, ni espacial, ni temporal ni biológicamente. Un mono desnudo en el que su cerebro evolucionó por factores como el menor tamaño de sus mandíbulas y la movilidad que su dedo gordo permite a su mejor herramienta, ahora se pretende señor del planeta. Pero no sabe que sobre sus vestigios los animales que no logre exterminar seguirán caminando por los siglos de los siglos, gua guau.
Alexandro Saco
29 12 2005
sábado, 31 de diciembre de 2005
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1 comentario:
Muy cierto
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