Uno de las columnas del liberalismo es la menor participación del Estado en las relaciones sociales y en las regulaciones entre empresas y consumidores, para que así se ocupe de tareas mínimas y fundamentales. Es decir, el discurso liberal opone labor estatal a libertad individual, y puede que en ello haya aspectos ciertos.
Pero, existe una contradicción en esa perspectiva. Por un lado se aboga por que el Estado virtualmente desaparezca, pero por el otro se convalida sin reparo el poder de empresas o conglomerados empresariales. La pregunta es la siguiente ¿Acaso una empresa mientras más capacidad comercial desarrolle no creará en su interior las regulaciones necesarias para el desarrollo organizado de sus objetivos? Lo que quiero decir es que las empresas para funcionar adecuadamente y mientras más grandes sean, más se van a asemejar a un Estado: Una empresa es jerárquica, una empresa está compartimentada, una empresa sanciona y premia, una empresa lleva control sobre cada aspecto de su desarrollo o producción, una empresa es por naturaleza expansionista, una empresa tiene estrategia y planifica, una empresa crea sobre su símbolo una sensación de pertenencia. Por eso y por otras razones la empresa es análoga a un Estado. De lo que no nos percatamos es que al arrinconar a los Estados, se están creando otros cuasi estados, no representativos e irresponsables social y ambientalmente.
Si bien la libertad individual debe ser defendida ante los embates del Estado, del mismo modo hay que defenderla de quienes detentan cada vez más poder. Empresas que tienen una facturación que puede superar el presupuesto de un Estado, obviamente en muchos aspectos tienen más poder que los estados. Ese poder no garantiza la libertad individual, sino todo lo contrario. El poder de una empresa o grupo de empresas está intrínsicamente ligado a la capacidad de dependencia que genere su producto o servicio en una persona o en una colectividad. El consumidor no es libre, eso es una buena intención, que puede crear el espejismo de la elección de una variedad de marcas o servicios ofertados, pero que no puede ir más allá.
Entonces, al defender desde la óptica liberal el desarrollo empresarial como un punto clave de desarrollo y libertad individual, lo que se está haciendo es trasladar el poder que detentaban los estados hacia las empresas o sus conglomerados. De un poder, cierto que castrante y arbitrario, hoy mansamente se le entrega mayor ingerencia en la vida privada a esa entidad sin rostro llamada empresa, inversionista, capitales. Qué rasgo mayor de falta de libertad puede haber que sembrar el miedo con el cuento de espantar a los inversores cuando se asume determinada posición política; la contradicción en enorme, y se oculta en la palabra libertad.
La libertad no la brinda el Estado, pero menos aún lo hará la empresa o sus variantes, porque un cordón umbilical las une frente al individuo común: el Estado sobre la sociedad, las empresas sobre la sociedad. Las mismas arbitrariedades estatales en cuanto al maltrato a los ciudadanos son puestas en práctica por las empresas que te dicen paga y luego reclama, o que con imágenes coloridas crean adicción al consumo y depresiones en masa. Pero como supuestamente operamos con total libertad, es natural que sólo seamos consumidores (*).
La libertad que el liberalismo cree ver en el desarrollo empresarial es un camino encubierto hacia una mayor dependencia humana. La alternativa es deslegitimada de arranque: los países o las regiones que no han logrado grados de desarrollo sustentados en la “libertad empresarial” o son estados fallidos o será que sus culturas se lo impiden. La mirada por sobre el hombro no puede ser más clara hoy, y el discurso es arrogante. Basta oir el director del FMI Rodrigo Ratto hablar de el camino correcto (*) para saber lo vacío de su sustento. La libertad entendida desde el socialismo y basada en lo comunitario antes que en lo individual, está tan en crisis como la planteada por el liberalismo camuflada en un discurso en algunos casos irreflexivo.
(*) Observemos las principales acepciones de consumo y consumidor del DRAE.
1. tr. Destruir, extinguir. U. t. c. prnl
1. loc. adj. Dicho de la sociedad o de la civilización: Que está basada en un sistema tendente a estimular la producción y uso de bienes no estrictamente necesarios.
(*) Laurence Durell dice en el prefacio de La Papisa Juana: “Sólo los inmorales hablan de moral”. Una adaptación valida sería: “Sólo los incorrectos hablan de corrección”.
Alexandro Saco
10 12 2005
jueves, 15 de diciembre de 2005
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
prueba
Publicar un comentario