jueves, 16 de marzo de 2006

El espantajo del tabaco

Ante todo fumar es un placer, nadie fuma por obligación, a no ser que pretenda aparentar algo que no es. Todo placer siempre ha sido mal visto y condenado, no hay que ahondar en esa afirmación. Las intensiones que hay detrás de la llamada lucha anti tabaco, caen en el controlismo. Pretenden salvar a potenciales víctimas de enfermedades o muertes, pero olvidan que las dependencias no se curan por ley ni por terceros, sino por voluntad propia. Ya decía Henry Miller en uno de sus trópicos, que si quieres curar a un alcohólico, pues dale varias botellas de whisky. Y he ahí el error fundamental en la percepción del problema: Enarbolar el espantajo es políticamente correcto, pero esencialmente nulo. Muchas veces lo que se dice alimenta su contrario.

Las últimas décadas de los estudios científicos al respecto se han propuesto demostrar la relación innata tabaco enfermedad y muerte. Pero olvidan que hay millones de personas en el mundo de hoy y en el de ayer, que consumieron tabaco y morirán o murieron de vejez. Ha habido y hay comunidades estudiadas en algunas partes del mundo, en las que el consumo del tabaco pondría los pelos de punta a la OMS, y nunca se registró un caso de enfermedad pulmonar o cáncer. La pregunta es entonces, qué ha sucedido con este débil hombre del siglo XXI que en teoría es tan propenso a morir por el consumo del tabaco, qué factores que no tienen que ver con el tabaco están llevando a su disminución en la resistencia a ciertas enfermedades.

Ahora bien, a estas alturas parece obvio que a los hombres de nuestro tiempo el tabaco les produce daños en su salud, aceptemos esa idea. Pero esa comprobación no puede ser punto de partida para emprenderla contra el consumo del tabaco. Si no, caeríamos en una estigmatización como todas desproporcionada. No hay ninguna duda, eso asumo, de que la libertad de hacer con su cuerpo lo que a uno se le ocurra, es incuestionable. En este caso no hay dilema ético de por medio como en el aborto. Que hay transnacionales y publicistas que se hacen millonarios con el consumo de tabaco, es un asunto paralelo que no tiene que ver con la elección personal.

La pretensión de la prohibición en lugares como universidades públicas y privadas que trae consigo la ley aprobada, es casi jocosa. Ahora los universitarios o los que estudien una maestría estarán impedidos de fumarse un cigarrillo en los jardines de la Universidad Católica o de la San Marcos. Mucho más daño que el humo del tabaco a los no fumadores ocasiona el monóxido de carbono de los autos que todos manejamos; a nadie se le ocurre prohibir su uso en nuestras ciudades, o sólo autorizar carros eléctricos o solares. Y qué decir de la radiación de la televisión, las computadoras, los celulares, los microondas, o de la comida basura que se publicita en todas partes y los niños ingieren llevados por sus padres. Por eso sí creo que el tabaco es un espantajo, una moda para contentar a muchos y satanizar a otros.

Toda la publicidad del tabaco y todas las artimañas de las empresas fabricantes no pueden ser asociadas al asunto de la intimidad personal y familiar. En el caso de la persona la cuestión es evidente. La familia por el contrario se constituye por pactos y relaciones de poder, pretender ingresar en esa esfera, que felizmente la ley no ha hecho, sería una puerta abierta al Big Brother. Lo siguiente podría ser ordenar que las parejas mantengan relaciones sexuales con la puerta cerrada por la sanidad de los hijos. En el caso de una casa de una familia que no sea la de uno, lo propio es aceptar la decisión del dueño de la misma.

Como ahora según la ley los menores de edad no podrán vender tabaco, los serenos les robaran sus mercancías, y cientos o miles de personas sólo en nuestra ciudad verán reducidos sus ingresos de manera drástica. ¿Es que no hay forma más razonable de enfocar el asunto que la prohibición? La ley aprobada es un alegato del control, de la vigilancia y del castigo. Tan sencillo sería elevar el impuesto al tabaco. Prohibir es abrir toda clase de opciones peores que la buscada.

Las brujas, la masturbación, los cristianos hace dos mil años, los musulmanes en el occidente ahora, y los fumadores hoy. No se puede avalar la libertad ni la salud ingresando a la vida de las personas como lo ha hecho la OMS exigiendo a sus trabajadores no ser fumadores y como lo hace la ley en varios aspectos. Ese es el ogro filantrópico, que cuando se nos acerca ideológicamente es amigo, y cuando no es enemigo. Las enfermedades producidas por el tabaco son un problema sanitario de seguro, pero que nacen de una voluntad personal, tratar de amoldar esa voluntad no tiene precedente exitoso. En todo caso, hay muchas situaciones normalizadas en el mundo de hoy que están haciendo de nuestra civilización un cáncer para la tierra. Es cuestión de ser orgánicos, más transigentes y más abiertos.


Alexandro Saco
15 3 2006
Civilización
www.radiosanborja.com

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