sábado, 4 de noviembre de 2006

Alan: Monogamia y Estado laico

Es por lo menos irónico que un practicante católico como el presidente García, no cumpla con uno de los pilares de su religión como es la monogamia. Las estadísticas demuestran que la costumbre social ha adecuado la práctica católica mucho más que cualquier documento oficial de la iglesia. Benedicto XVI anda ocupado en debatir con el mundo islámico sobre superioridad moral, mientras su feligresía marca un rumbo distinto. Así como la ley civil se ve rebasada, la realidad social, y no los análisis que sobre ella se hacen, es la que fragiliza los preceptos religiosos.

El tema es más simple: las políticas públicas no pueden implementarse con perspectivas religiosas. Están justamente concebidas para aspirar al bien común. Las religiones nunca han llevado prosperidad a ningún pueblo. Son un soporte, cierto, pero implican limites que un Estado no puede aceptar. El recurso religioso llevado a la política como la voz de la mayoría lo desvirtúa; las mayorías son para la política, no para la fe religiosa. El respaldo a una moralidad se gana desde un pulpito quizá, no desde un ministerio o ámbito de influencia.

El Perú no es ajeno a la ofensiva ultra conservadora. Hace unas semanas apareció un manifiesto a media página en El Comercio, escrito por émulos de Kramer y Sprenger. Demostrando que son los que enarbolan la armonía social vía la religión, los que llenan de exabruptos los debates políticos y sociales. La propuesta de pena de muerte los ha mostrado trasparentes. La superioridad moral que la religión asume, choca con la búsqueda de salidas para determinados problemas. La laicidad del Estado implica mayores libertades. El liberalismo es incompatible con la influencia religiosa en política.

Dicho lo anterior, respetar la religión de los demás es ineludible. Los aspectos positivos de la religión van más por orientaciones y prácticas personales que guiados por el discurso ortodoxo. En ese sentido, confrontar a los que se asumen voceros de la moral vía la religión mayoritaria del país, es hacerle un bien a la religiosidad popular, que es finalmente la que sustenta lo que definimos como catolicismo en el Perú. La religiosidad peruana no está en confrontación con el Islam como sí el Vaticano, ni está ligada a esa estructura impermeable. La iglesia no es una democracia: tiene un Rey. El Collurity, Sarita Colonia o la velita misionera en el altar de una señora, no están representados por una jerarquía y menos por sus voceros intolerantes.

Estos voceros en nuestro país pontifican y mantienen influencia política. El gobierno actual usa a la religión católica: El presidente varias veces ha revestido su discurso de religiosidad. Eso no le hace bien al país. Ni que el mayor representante católico esté en constante confrontación política desde hace más de una década. Ante ello, criticar esa participación excesiva en la vida pública encuentra una respuesta desaforada, señalando que lo que se pretende es crear una sociedad atea. Las calificaciones de asesinos y faltos de moral que se hacen a los que confrontan los fundamentos que el catolicismo impone, son la continuidad de los manuales para castigar las herejías de la edad media.

La mayoría de los peruanos provenimos de una formación católica de la que no renegamos, pero tenemos el derecho de criticar cuando algunos se asumen como la moralidad andante. Todas las estructuras organizativas que las civilizaciones crean son susceptibles de ser analizadas. La iglesia u otros grupos religiosos usan estructuras terrenales, no pueden ampararse en divinidad alguna para influir en la colectividad general.

Freud explica en The future of an ilusion que no hay necesidad de cumplir preceptos religiosos para ser una buena persona y tener acciones acorde. La religiosidad es una disposición íntima que muchos albergan y otros no. Esa intimidad cuando es llevada a lo público produce las peores situaciones, porque ante la supuesta verdad que la fe propaga nada se puede oponer. Los muertos por asuntos religiosos se siguen multiplicando hasta la actualidad. Un poco más de la humildad que difundió Cristo es lo que les hace falta a muchos divulgadores religiosos.

Alexandro Saco
3 11 2006
www.radiosanborja.com

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