martes, 27 de febrero de 2007

Suleiman y Wilkerson

Andel Karim Suleiman y Mark Wilkerson han sido encarcelados la semana pasada. El primero en Egipto por ejercer la libertad de expresión, el segundo en EEUU por defender su derecho a no combatir nuevamente en la guerra de Irak. Uno tiene 22 y otro 23 años de edad. Se podría señalar que el caso de Suleiman sí configura un atentado contra la libertad de las ideas, mientras que el de Wilkerson no porque desacata una disposición del ejército de EEUU, institución a la que ha jurado obediencia. Pero esa distinción no es exacta. La libertad es un ámbito que no puede medirse institucionalmente. Suleiman y Wilkerson son la constatación de que el poder, la mayoría de veces, no está interesado en la libertad individual o colectiva.

Lo de Mubarak en Egipto es una dictadura que no incomoda a las democracias occidentales. Con sus más de veinte años en el poder y una sucesión en la que pretende colocar a su hijo o a uno de sus hombres de confianza, conduce al país a la radicalización política. En la sentencia contra Suleiman, confluyen los extremismos vigentes en Egipto: religioso y político. A este joven se le condena por haber publicado en su blog afirmaciones sobre cómo la universidad sunita en la que estudia fomenta las ideas extremistas, por haber calificado a compañeros de Mahoma de terroristas y comparado a Mubarak con los faraones que gobernaron el antiguo Egipto cual dictaduras.

Lo de Bush en EEUU es patético y peligroso. Su administración generó el mayor caldo de cultivo contemporáneo del fanatismo musulmán al destruir de manera siniestra Irak horca incluida, y a pesar de ello alienta una respuesta violenta sobre Irán que puede degenerar en lo que quizá sea la intención final neoconservadora: cambiar el mapa de Medio Oriente sin reparar en los medios que hagan falta. Ante eso, el ejercicio de libertad de los soldados del ejército de EEUU para no ser parte de esa destrucción, es válido. El Egipto de Mubarak y los EEUU de Bush, sin ser sistemas políticos análogos, tienen este punto de encuentro en cuanto a las restricciones a la libertad.

Es que a pesar del avance de las libertades, se mantienen contradicciones insalvables. Una de esas, por ejemplo, tiene que ver con la política y la economía de China. Algunos ven a China como un ejemplo de apertura económica. Observadores como Oppenheimer, tan agudo en otros temas, se maravillan del pragmatismo del PCC que cada vez interviene menos en la economía. La pregunta que surge es cómo se puede obviar el totalitarismo del Estado Chino, que mantiene campos de concentración, comercia órganos de disidentes, destruye naciones como el Tibet o encarcela por acceder a ciertas web, y rescatar únicamente sus políticas en lo económico. No que las dictaduras todas son condenables. Si no hubiera doble rasero, el comercio con China o con Corea del Norte debería ser medido con la misma vara.

Esas son las grietas por las que el discurso liberal modernizador se descubre tan interesado como el que avala el izquierdismo autoritario. Y mientras esa confrontación, en la que ambos extremos se acusan de anteponer ideología a libertad, persiste, gente como Suleiman o Wilkersen reaniman la esencia libertaria. Voces que desde una alejada acción reflejan en el espejo del mundo el brillo de la libertad. Inocultable y frondoso. Democracias occidentales o autoritarismos del tercer mundo se intersectan cuando la libertad personal se pone en juego.

Así como el bloger egipcio o el soldado rebelde estadounidense han sido captados por un instante en la información global, millones son los que día a día con pequeños actos dispersan la brisa de la libertad en el mundo. Acciones que confrontan la hegemonía política, religiosa, del ejercicio de la sexualidad y de los sentimientos. La política y las profesiones de la fe en 2007 aún son medievales para afrontar los reales desafíos de la libertad.

Alexandro Saco
25 2 2006







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