martes, 20 de febrero de 2007

AlkaCIA and the true war

En Occidente se ha creado un culto. Observamos los atentados en Nueva York, Madrid y Londres, como la barbarie representada. En relación a eso, algunos afirman que es deber de Occidente defender a Israel porque éste constituye el confín de la civilización. Perspectiva endeble, atributo de una cultura a la que le excita reflejarse. Se levantan las cifras de las víctimas, tres mil 11S, doscientos veinte 11M, sesenta y cinco 9J: terrorismo. En Irak mueren desde la invasión doscientos mil: Occidente defendiéndose de sus enemigos. Resistentes iraquíes o afganos tienen el derecho a defenderse de los invasores, así como los estadounidenses lo tendrían si ejércitos musulmanes ocuparan California, Oregon o Virginia.

El discurso que usa al terrorismo como escudo para cualquier bombardeo, como el de hace unas semanas en Somalia, ha caducado. Observar la destrucción de países como un parte meteorológico en los noticieros, con análisis que terminan encontrando la validez de la guerra, es avalar la destrucción del humano. El extremista del siglo XXI no sólo está en Irán ahorcando, sino también en las capitales del mundo, usa corbata y es elegido en sistemas electorales. Las democracias occidentales se jactan de serlo, pero no son tales si allende sus fronteras imponen regímenes aniquiladores recurriendo también a la horca. Los discursos bélicos normalizados nos reflejan el desprecio de Occidente hacia lo que no pretende comprender. La generalización de etnias naciones o religiones es una tendencia casi oficial, y se asume que lo sensato es que nuestros valores predominen.

No hay duda de que algunos de los valores que Occidente ha logrado consolidar han permitido el desarrollo de la libertad. El problema es que hoy, legitimados por esos enormes logros sociales y del pensamiento, una ideología retrógrada pretende representarnos distorsionando y manipulando esos grandes avances. Nada más contradictorio. Justamente esos logros de la libertad y de la razón, son las columnas que hoy deberían sostener la confrontación al discurso y a la acción destructora de sociedades y del planeta. Occidente, en algunos ámbitos, sufre un proceso regresivo, pero se refleja en las imágenes de su desarrollo para considerar que sólo avanza.

Sometemos la continuidad de la especie a las políticas energéticas; abogamos por el libre comercio como parte de la libertad, pero importa un pito que China, con quien todos quieren firmar TLC, mantenga campos de concentración para los disidentes; demonizamos a Alkaeda, pero olvidamos que la CIA ha dañado más que sus frankinstein. Y mientras no desnudamos esos contrasentidos, los voceros de las falsas libertades y de las relativas democracias, pretenden que avalemos a Occidente frente a sus enemigos. El principal enemigo de Occidente está Occidente, con una representación secuestrada por un G8, con un Consejo de Seguridad de la ONU impotente, con unas sociedades influidas por la monotonía de mensajes comunicacionales que legitiman lo criticable.

Ante eso, por un lado izquierdas pretenden aportar a la política desde instancias e intenciones que hoy significan poco. Por otro, falsos liberales o liberales, con una retórica en la que sus ideas se pierden entre adjetivaciones e histerias impermeables cuando se desnuda el libre mercado. Así como el derecho sigue a la realidad para interpretarla y proponer normas, los que asumen hacer política no pueden hacerlo sólo desde sus conceptos. El planeta del siglo XXI no es el de los años sesenta, pero menos el del alucinante Fin de la Historia de los noventa. La enorme dinámica de la interconexión digital frente al precipicio que separa ésta de la mayoría de la humanidad, hace imprescindible humildad y algo de desinterés. Ni la izquierda ni la falsa derecha liberal son capaces de proponer un modelo de desarrollo y superación humana.

Así, las guerras entre estados, religiones o bloques políticos, esconden la real confrontación. El humano guerrea contra sí mismo, escondiendo en sus diferencias su ímpetu tanático; la autodestrucción es el destino que no vislumbra, porque prefiere observar y exhibir imágenes modernizadoras. Ante la verdadera guerra, sólo se proponen nuevas guerras verbales o armadas que responsabilizan al rojo, al musulmán, al rebelde, al liberal. En sus diferencias, que paradójicamente son atributo de la libertad que el pensamiento nos ha legado, el humano está encontrando su justificación regresiva. Ver la guerra real, dejando de lado las imágenes que nos justifican, será más útil que doscientas banderitas y cuatro ideologías.

Alexandro Saco
18 2 2006


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