sábado, 17 de marzo de 2007

La falsa intención empresarial

En objetivo de las empresas privadas es maximizar sus ganancias. Mientras más grande y sofisticada una empresa su capacidad de obtener mayores ingresos se irá perfeccionando. En ese sentido, la imagen que se presenta de las grandes empresas preocupadas en primer lugar por elevar la calidad de vida de la gente, es accesoria del objetivo principal: tener más ganancias. Es triste asumir el discurso publicitario de empresas que trabajan preocupadas por la persona. El bienestar que puedan producir las empresas es secundario pero ligado al asunto principal, en el que el cliente o usuario es una estadística de unas decenas, centenas o miles de soles o dólares.

La publicidad ha sido astuta al crear esa sensación de pertenencia en las sociedades. Bancos preocupados por el futuro de las personas, empresas de telefonía a las que las mueve una preocupación por que las personas distantes se comuniquen, constructoras que ponen a nuestro alcance amigables viviendas, grandes almacenes que con sus ofertas nos abren la posibilidad de estar a la moda. Cuando observadas serenamente, todas esas imágenes publicitarias encierran lo contrario: bancos que te cobran dos soles por pagar un servicio o cuatro por usar una ventanilla al caer la tarde, empresas de telefonía que no cumplen con sus promociones o las enrevesan para engañar, constructoras que edifican ratoneras para humanos, grandes almacenes que venden en diez lo que vendían en cincuenta un día antes.

Lo que quiero decir es que esa hojarasca mediática de preocupación por el usuario o el cliente es una farsa. Una farsa que esconde un objetivo quizá legitimo en la organización capitalista, pero confrontable por el sentido común: el engaño y la manipulación para que unos acumulen lo que a otros les hace falta para vivir. Los invito a revisar las ocasiones en que se hayan sentido esquilmados por una gran y prestigiosa firma, las oportunidades en que mirando las campañas publicitarias en la TV han sentido que la realidad es todo lo contrario. Obviamente, eso no anula que la actividad empresarial sea en muchos casos un motor social, pero sí pone en evidencia que la imagen o el discurso trasmitido, exhibe un ángulo que manipula la sensibilidad social.

Observemos el caso de la oferta inmobiliaria de las grandes constructoras peruanas . Se ha masificado la construcción de departamentos, lo que puede esté bien. Pero éstos son hoy pequeñas prisiones antes que lugares en los que una persona o familia pueda aspirar a una vida en equilibrio. Los departamentos que existen en el mercado han reducido drásticamente sus áreas. Es un error asumir que un inmueble de 70 metros ofrece condiciones de vida saludables. Lo cierto es que no hay relación entre esta reducción del área para la vivienda y las necesidades humanas. Nuestro cuerpo no se ha reducido a la mitad de su tamaño en unas décadas, pero los departamentos sí. Nuestras expectativas por poseer bienes materiales no son alentadas a reducirse, nuestras moradas sí. Lo que lleva a pensar en que mientras más reducidos los espacios que se ofertan para la vivienda, más grande las ganancias de los constructores. No existe una reducción en el precio proporcional a la reducción en el tamaño de las viviendas. Pregúntese cuánto va a terminar pagando por un departamento de 70, 80 o 90 metros luego de 15 o 20 años, compárelo con su expectativa vital y examine la sensación que le produce.

La vida se está reduciendo a una adecuación absurda a la oferta empresarial maquillada irresponsablemente por la publicidad. Publicidad que en letras microscópicas cree cumplir con decirnos la verdad, publicidad que muestra cielos azules cuando al lado hay hoyos de miseria, publicidad que siempre tendrá el recurso de decir que hace lo que el cliente pide: asunto cerrado.

La constancia de estas prácticas empresariales, a la que podemos añadir decenas de situaciones en las que exprimir a los usuarios o clientes conduce la intención de maximizar ganancias, producirá un atasco que tendrá que encontrar alguna forma de fluir. Atorados nos encontramos hoy, asumimos que esos errores de unos céntimos o unos soles son sólo eso, pero en el fondo pensamos sí pues, siempre algo más termino pagando. No son casualidades, son aspectos intrínsecos a la causa empresarial: no somos objeto de beneficios al consumir, si hay beneficios estos se dan porque o hay alguna empresa a la que superar en oferta (*), o porque la naturaleza del negocio exige brindar ese beneficio.

* Cuántos años debimos esperar para que las tarifas de los celulares vayan bajando. Dónde está el gas que llegaría a varios distritos de Lima hace más de un año, y donde la baja en el balón de gas luego de Camisea. Cuántas veces al momento de cancelar una oferta hemos comprobado que no era lo que el letrerito decía. Un banco cobra 15 soles por enviar 50, cuando esa operación en el sistema no cuesta más de 20 céntimos. Y así al infinito.

Alexandro Saco
11 3 2007
www.radiosanborja.com

No hay comentarios.: