martes, 29 de junio de 2010

Focas made in Canadá


El gobierno de Canadá ha autorizado este año la eliminación de 380 mil focas, 100 mil más que el año pasado. La cacería se ha iniciado hace pocos días y el aumento de víctimas puede deberse a que la UE ha cerrado este año el ingreso de productos derivados de las focas canadienses, por lo que este país apunta ahora hacia China para exportar pieles y otros derivados focáceos.

Los razonamientos y justificaciones para estos genocidios animales pueden pasar por temas económicos o culturales, pero no pueden ocultar que lo que prima para que estos actos se den es la soberbia del ser humano que asume que es el dueño del planeta. Sin duda es un acto producto de la conveniencia humana frente a los otros habitantes del planeta, ya que si de daños producidos se tratara realmente, los animales y los vegetales tendrían el derecho pleno para eliminarnos de una vez y para siempre de la Tierra.

Si bien lo de las focas refleja brutalmente la violencia legitimada del humano hacia las demás especies, en el fondo es la evidencia de lo que viene sucediendo desde hace unos miles de años, cuando el hombre comienza a utilizar su inteligencia para diversos fines. Inteligencia que le ha permitido logros incuestionables en diversos campos de su quehacer, pero que también lleva a aberraciones que es necesario al menos intentar corregir.

Ello porque hoy como nunca antes en nuestro breve paso por el planeta, hemos producido tal deterioro a la salud de la Tierra, que de persistir en la actual contaminación y uso de energías, la viabilidad de la espacie humana y del planeta está severamente cuestionada. El planeta no resistirá por mucho tiempo más la andanada consumista que hemos impregnado sobre él, así los negacionistas del cambio climático pretendan ocultar la realidad. Como en otros casos, el humano se caracteriza no sólo por destruir la naturaleza o las sociedades, sino que encima de ello construye mitos y alienta negaciones con el concurso de agentes en todos los espacios posibles.

Las masacres, genocidios, invasiones, opresiones y demás actos de humanos sobre humanos, si bien son aberrantes, al menos se dan, salvando las diferencia de poder y de equipamiento, entre iguales. Al contrario, en relación a las demás especies animales o vegetales del planeta, el humano actúa como si tuviera un enemigo al frente, cuando ninguna de estas espacies jamás lo ha puesto o pondrá en peligro; mas bien somos nosotros los infinitamente beneficiados con toda la potencialidad de las especies planetarias vivas o inertes.

Por eso las reacciones ante casos como las focas canadienses no son sensiblería, sino expresión de la necesidad de un cambio de paradigma. Hoy nos encontramos en un momento clave en que el paradigma consumista y extractivo ha llegado a su límite, y un nuevo paradigma vienen naciendo no sin dificultades y hasta contaminado por ideologías que nunca se preocuparon de la relación con el planeta y ahora si lo hacen.

Además lo de Canadá refleja que los humanos ni las naciones no son mejores unos u otros sean pobres o prósperos. Canadá es uno de los países que tiene mejor consolidado un sistema de protección social en todo sentido y que política y socialmente es ejemplo de respeto a la diferencia, consulta ciudadana y construcción de bases sobre intereses comunes. Pero como observamos, el humano se ha construido un altar desde donde condena a las espacies siendo juez y parte, sea canadiense, chino, italiano, sudafricano o peruano.

Cuando hemos llegado al punto de poner en cuestión nuestra continuidad como especie en el planeta, algunos ahora trasladan sus prejuicios e intenciones de control al ámbito microscópico y colocan toda su energía y recursos para demostrar que la unión de un ovulo y un espermatozoide es sagrada, y que ahí se juega el destino de la humanidad. Pero de seguro esos mismos actores no tienen ningún reparo en continuar con el modelo extractivo y extintivo que conocemos.

Acaso las focas provoquen mas indignación y pena porque tienen una cara amigable, gestos bonachones, y los fierros que los humanos usan para reventar sus cráneos riegan sangre roja sobre la nieve polar. Pero esa acción cruel se repite cada segundo en cada rincón del planeta, por lo que no es casualidad que el ritmo de desaparición de especies animales y vegetales sea creciente. No existe otra salida para que la humanidad perviva, que un cambio de conciencia que lleve antes que nada a bajar de su altar al humano; altar al que se ha subido por sí y ante sí, arrogante y arbitrario.

Alexandro Saco
11 4 2010

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