martes, 29 de junio de 2010

Gas y tiempo


La extracción y exportación del gas, más allá de los temas técnicos, es útil para tratar de ir algo más allá. Los que impulsan la extracción de este u otros recursos, señalan que existen reservas para muchos años, en pocas palabras que el gas no se va a acabar. Esa afirmación presenta en su real magnitud un pensamiento que sólo considera al presente como sujeto de las acciones de la sociedad. El gas (y todos los recursos naturales no renovables) definitivamente se van a acabar; afirmar lo contrario es un disparate. Y se van a acabar en un lapso corto, casi en un pestañeo de la evolución humana.

Justamente los recursos naturales no renovables se definen así por su limitada existencia. Si se afirma que el Perú debe explotar ahora y sólo ahora los recursos no renovables, lo que en el fondo se hace es desabastecer a las generaciones posteriores a la nuestra; pero más grave es que el extractivismo, al no trascender lo inmediato, condena a los humanos a un horizonte de tiempo reducido. Es decir, la extracción indiscriminada de los recursos naturales, es la prueba de una limitada forma del ver el mundo, consumista y desconectada del pasado y del futuro.

Era suficiente ya que algunos no reconozcan la importancia de un desarrollo armónico que tienda al bienestar general antes que a consideraciones económicas basadas en manipuladas estadísticas; ahora esa misma corriente pretende hacernos vivir en un eterno inagotable presente. Esa es la única forma de entender una lógica que nos dice mañana tarde y noche, que no hay opción, que no sea producir energía a costa de la Tierra.

Presente eterno

El tiempo es una convención relativa. La cultura occidental ha construido un tiempo en el que el pasado está detrás y el futuro por delante, siendo el presente lo único relevante, por lo que hay que otorgarle todo lo que requiera. Por ello es interesante observar otras nociones del tiempo como la de algunos pueblos andinos, en las que el pasado está delante y el futuro detrás; ello porque al pasado lo podemos ver, reconocerlo desde nuestra mirada, saber qué ha sucedido antes; mientras que el futuro está detrás de nosotros porque no sabemos qué vendrá, no lo podemos ver, sólo lo veremos cuando ya se convierta en pasado.

Esa concepción del tiempo es parecida a la que Galileo manejaba. Cuando una vez, ya en su edad avanzada, le preguntaron cuantos años tenía, Galileo pensó y dijo que unos siete. Las personas se sorprendieron, pero Galileo les explicó que él tenía los años que le quedaban de vida, los otros, los que pasaron, ya no le pertenecían, a lo más eran una huella en el agua o en el aire. Y así podríamos explorar otras concepciones del tiempo que demuestran las limitaciones de la que manejamos hoy como verdad.

En ese contexto, el apresuramiento por la explotación de los recursos no renovables es grosera, no toma en cuenta ni la sostenibilidad ambiental, ni el equilibrio natural, sino pretende imponerse por el simple hecho de generar más riqueza; riqueza que finalmente sabemos dónde va a parar, repitiendo capítulos de nuestra historia. Por otro lado, es obvio que si a un ser vivo (y la Tierra es un ser vivo) le extraemos constantemente, sin pausa, los fluidos o gases que mantiene en su interior, en algún momento una respuesta de ese ser vivo se tendrá que dar: es el caso de cualquier organismo independientemente de su tamaño. La lógica consumista asume que el planeta es un objeto inerte, lo que a veces produce risa y otras ganas de llorar.

Así, el recurrente debate sobre la extracción, exportación, uso o no de los recursos naturales no renovables, es un síntoma de los tiempos, del supuesto triunfo de una forma de concebir el mundo en la que la historia se acaba, como dijo un científico social a inicios de los noventa, y por eso hay que apurarnos, como si el capitalismo fuera la respuesta a la continuidad de la especie.

Cinco minutos sin gas

Carl Sagan, aquel visionario que nos legó Cosmos, en uno de los capítulos de esta serie, construye un calendario: el primero de enero es el día en que se inició el universo con el bing bang. Y así avanza por los meses: en febrero las galaxias se van conformando, el julio la Vía Láctea se define, en septiembre nace el sistema solar, en noviembre los planetas toman su órbita. En diciembre la Tierra va tornándose tal como es. A mediados de diciembre en ese gran calendario cósmico, la materia logra transformarse en vida; por el día veinticinco las aguas se van poblando de seres; el veintinueve los dinosaurios desaparecen. Llegamos al treinta y uno de diciembre, a las once cincuenta y cinco de la noche: el humano y sus diez mil años sobre el planeta ocupan sólo esos cinco minutos de ese último día del calendario cósmico. Mientras, algunos creen que un minuto no es nada y que el gas vale mucho.

Alexandro Saco
24 6 2010

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