martes, 29 de junio de 2010
Mono desnudo ataca again
El asesinato de los delfines rosados en la Amazonía muestra nuevamente la arrogancia del humano frente a las demás especies, que tienen igual o más derecho que el nuestro a habitar el planeta. Ello porque ninguna especie animal ha llevado a la Tierra al borde del colapso ambiental, que si se llegará a producir haría inviable nuestra continuidad y la de los demás animales. La nuestra es una especie peligrosa para el planeta, que a pesar de que conoce la magnitud de sus errores, no es capaz de buscar revertirlos seriamente, como lo evidenció el fracaso de la cumbre de Copenhague.
Pero no sólo son los delfines rosados, sino una serie de hechos que se repiten y muestran semejanzas no tan obvias en prácticas de distintos países. Eso se hace visible por ejemplo en la autorización que brinda el Estado de Canadá para perpetrar la matanza de alrededor de 300 mil focas al año, debido a que sus pescadores aducen la misma razón que los que mataron a los defines en la selva peruana: que las focas o los delfines no los dejan realizar sus labores. Pero si lo observáramos de forma inversa, los animales podrían tranquilamente solicitar aniquilar a toda la humanidad porque hemos extinguido miles de especies, interrumpimos arbitrariamente sus ciclos vitales y cercenamos su libertad.
El problema no es cultural, en el sentido en que los peruanos seamos más salvajes que los canadienses o que los daneses que también masacran focas casi como un deporte; el asunto es más profundo y tiene que ver directamente con el antropocentrismo, que es una teoría y práctica que coloca al humano como centro del universo, lo cual a todas luces es de una arrogancia insuperable. Así, el humano ante sí y por sí, ha construido todo un sistema de valores y de relaciones con la naturaleza, desde el que todo debe servir para sus diversas necesidades, y no ha procurado establecer un equilibrio para mantener una relación aceptable con el ambiente y demás animales.
Mono desnudo 1967
No cabe duda de que el humano es el animal más emparentado con los simios. Desmond Morris lo estudió magistralmente en su libro El mono desnudo (The Naked Ape, 1967), en el que coloca al humano en una dimensión de la que pretende separarse: la de ser analizado desde su condición animal, de la que es un primate sin pelo que lo proteja. Esa perspectiva es la que urge recobrar, para así ubicarnos en un contexto en el que cada vez es más obvio que deberemos rescatar e interpretar el saber no sólo de las culturas que más buscaron armonizar con lo natural, sino de la propia cultura y sociedades animales.
Ello lleva a preguntarnos qué es la animalidad y a contradecir el uso que se hace de ésta palabra, en el sentido de atribuir al humano que comete un acto violento o indigno conductas animales, diciendo: es un animal. Lo cierto es que los animales sólo matan en defensa propia, por reacción frente a un recorte de su libertad o por hambre. Mientras el humano mata por celos, por envidia, por dinero, por poder, por territorio, por xenofobia, por placer, por amor, por propiedades, por petróleo o hasta se escuda en el arte para matar toros. Además, nuestra propia organización no sólo elimina muchos animales, sino que lleva muerte a los propios humanos, lo que contrasta con la protección que las sociedades animales dan a sus miembros. Por eso cuando un humano comete una acto brutal lo que cabe es identificar su humanidad, no su animalidad.
Se calculó en la década de los ochenta que en promedio cada veinte segundos un humano mataba directamente a otro; dato que hoy debe ser más alto aun. Puede que el humano mate más fácilmente porque en la mayoría de los casos no requiere mucho esfuerzo, ya que la tecnología le permite apretar un gatillo o con un botón lanzar un misil. Sea como fuere, hemos automatizado la muerte del humano por el humano y del animal por el humano; lo cual lleva también a pensar alternativas a las cadenas de consumo alimentario en las cuales nos desenvolvemos.
Humano bueno
Pero no se trata de presentar sólo nuestro lado cuestionable, sino de llamar la atención justamente debido a que el humano ha sido y es capaz de producir desde su inteligencia y particular pensamiento, acciones y obras sublimes que lo conectan con el universo. Mientras más grande una acción, mientras más noble, más natural se hace el humano. Esa capacidad y potencialidad positiva es la única que puede ir aminorando la otra cara del humano, que aniquila y destruye sin reparo, independientemente de su origen nacional, étnico, cultural o social.
Como dijo hace poco Stephen Hawking, deberíamos evitar el contacto con extraterrestres porque éstos de llegar al planeta lo harían para succionar recursos naturales, entre los cuales podría estar nuestra propia carne. En esa lógica los animales y las plantas estarían en todo su derecho de evitar el contacto con los humanos, que durante milenios nos dedicamos a utilizarlos sin límite ni coherencia, como si fuésemos los dueños del universo, cuando ni siquiera somos libres para hacer con nuestras vidas lo que nos parezca.
Detalle: Morris, que es zoólogo, con sagacidad explora por nuevos caminos las características de la naturaleza humana habiendo advertido que tanto los antropólogos como los psiquiatras y psicoanalistas, han estereotipado sus observaciones, los primeros debido al estudio de culturas primitivas, casi extinguidas y atípicas y los segundos al tomar como objeto de estudio especímenes forzosamente anormales o fracasados en algún aspecto.
Dato: La lógica de Hawking es simple y convincente. No es la primera vez que sostiene la posibilidad de que exista vida en otros planetas o lugares del universo, el cual, señala el científico, tiene más de cien billones de galaxias, cada cual con cientos de millones de estrellas, de las cuales apenas empezamos a conocer algunos planetas parecidos a la Tierra.
Alexandro Saco
6 5 2010
Etiquetas:
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desmond morris,
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