sábado, 5 de junio de 2010

Rusia y los terrorismos


Chechenia es una nación que viene tratando de ser sometida por Rusia desde hace siglos. Sólo se han logrado breves e interrumpidas treguas en esta historia que acaso tenga su hito emblemático en la deportación de más de medio millón de chechenos a Siberia por Stalin en 1944, acusándolos de colaboración con las tropas alemanas. Pero las situaciones que ha debido soportar este pueblo responden al imperialismo ruso, que antes con los zares, luego con los soviets y hoy con un remedo democrático, siguen haciendo inviable un acuerdo con Chechenia.

Si entendemos por terrorismo a las acciones armadas que se cometen para generar pánico en civiles y así avanzar en objetivos políticos, es cierto que distintas naciones y grupos lo vienen practicando por distintas razones. Pero la perspectiva resulta sesgada si en este análisis no se incorpora la violencia terrorista ejercida por los Estados, que al contar con la legitimidad política internacional, presentan sus acciones como respuesta a la maldad infinita de ciertos grupos, sobre todo musulmanes. La realidad demuestra que los mayores actos terroristas son perpetrados generalmente por los estados antes que por los rebeldes o resistentes.

Los últimos ataques a civiles rusos emprendidos por los resistentes chechenos, como todo acto que va dirigido contra civiles alejados de responsabilidades inmediatas, es condenable; pero ello no debe llevar a perder alegremente la perspectiva de lo que sucede en distintas latitudes, en las que desde hace mucho o recientemente el imperialismo traducido en razón de Estado, se traviste para obrar de forma más repudiable de lo que pretende controlar. Por ello cuando hablamos de terrorismos, es indispensable contextualizar los actos, porque éstos son la punta de un iceberg que la información oficial intencionalmente oculta.

Rusia no es una democracia, se encuentra marcada por una línea autoritaria y monárquica que desde hace siglos se ha expandido por las buenas o por las malas en toda su zona de influencia. El Cáucaso, hogar ancestral de los Chechenos y otros pueblos, ha sido y seguirá siendo codiciado por el imperio ruso, que si bien no cuenta ya con zares o soviets supremos, tiene ahora a Putin, ex jefe de la KGB y heredero de esa dinastía política, presunto responsable del crimen de la periodista Polikovskaya en 2006. No es casual que su segundo, el Presidente de Rusia Dmitri Medvédev, haya expresado que hay que apuñalar y retorcer la cabeza a los responsables de los atentados (Umárov, el 'emir' del Cáucaso; El País 1 de abril 2010).

Vemos entonces que la opresión lleva en muchos casos a reacciones ultra violentas, y que no se trata de actos que aparecen por generación espontánea, sino que son consecuencia de un largo proceso de confrontación y de una historia reciente: Chechenia en los años noventa, luego del desmembramiento de la URSS, buscó su independencia negándose a firmar el estatuto impulsado por Rusia, que establecía una serie de prerrogativas a las repúblicas, pero siempre bajo la tutela del Estado central ruso. Los chechenos fueron invadidos, produciéndose dos guerras y masacres que terminaron con la vida de cientos de miles de locales y millares de rusos; luego no hubo paz estable y las negociaciones finalmente aceptadas por Rusia derivaron en acuerdos inviables.

Putin opta por colocar esta conquista, que viene de siglos atrás, en el marco de la guerra global contra el terrorismo musulmán, lo cual a los ojos de Occidente lo legitima para actuar en contra de aquellos que quieren imponer un califato mundial, cuando lo real es que antes que eso varias naciones islámicas lo que buscan es que los invasores se retiren de sus territorios y dejen de controlar sus recursos. Por eso antes que oficializar esa referida guerra global, lo que cabe es cuestionarla desde sus fundamentos, para así acercarnos a una compresión no maniquea de la realidad. Lo contrario es justificar atrocidades como la ocupación de Irak, que ha producido más de un millón de muertos.

Hay una diferencia clave en los terrorismos. Unos son aquellos que nacen al interior de una sociedad con el ánimo de destruirla porque en su visión toda la organización lograda es la fuente de la opresión de los más por los menos; generalmente esta perspectiva es producto de una incapacidad política-intelectual y de un fundamentalismo abyecto que sólo ahonda las diferencias. Otros son aquellos que nacen como producto de injusticias evidentes como la ocupación, conquista y despojo de riquezas que las naciones poseen y que son codiciadas; pero los conquistadores, siempre los buenos, también beben de la fuente de un fundamentalismo que asume esas acciones como necesarias y hasta salvadoras de la humanidad. Observemos entonces cómo y por qué se generan las violencias para así analizar más detenidamente lo que el poder establecido pretende que veamos como una simple guerra entre el bien y el mal.


Alexandro Saco
2 4 2010

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