sábado, 11 de setiembre de 2010

Pobreza y modelo peruano


Una de las bases sobre las que se sustenta el supuesto éxito del modelo peruano, es la constante reducción de la pobreza (entiéndase pobreza monetaria), que se da cuando una persona percibe ingresos mayores a 229 soles al mes. Según esa medición en el Perú habría un 34% de pobres. Pero esta perspectiva necesariamente requiere contrastes. Lo primero es establecer su limitación frente a la realidad, ya que una persona puede tener un ingreso superior a los 229 soles al mes pero carecer de agua potable, luz eléctrica, vivienda, protección en salud, calorías necesarias por día, vestido adecuado, acceso al sistema de pensiones; obviamente así esa persona tenga ingresos superiores al establecido como línea de pobreza, seguirá siendo pobre en un contexto de desarrollo humano.

Carolina Trivelli (Las caras de la pobreza, en OXFAM informe Perú 2009 - 2010) señala: “¿es posible que haya más pobres de los que se identifican como tales con este método? Sí. Claramente esto se puede comprobar cuando uno analiza la situación de los no pobres que están cerca de la línea de pobreza (aunque por encima). El 20% de ellos tiene condiciones de vida prácticamente idénticas a las de aquellos que están por debajo de la línea”. En sencillo, una buena proporción de los no pobres en la práctica siguen siendo pobres. Ello resulta obvio, ya que tener un ingreso de 229 al mes no se diferencia en casi nada de tener un ingreso de 240, 250, 300, 350 o 400 soles. Los costos de las necesidades básicas sobrepasan estos ínfimos montos.

Más allá de la aldea

En México, por ejemplo, la nueva Ley General de Desarrollo Social obliga al CONEVAL (INEI mexicano) a incluir en sus mediciones no sólo el ingreso monetario, sino factores como el rezago educativo, acceso a servicios de salud y seguridad social, calidad de la vivienda y sus servicios básicos, posibilidades de alimentación en las familias y grado de cohesión social. Con esta nueva medición resulta que más del 64% de los mexicanos son pobres. Si incorporáramos en la medición variables tan sustanciales como las mencionadas, obtendríamos una mucho más real medición de nuestra pobreza; medirla desde el ingreso monetario es un contrasentido que evita el real combate a esta situación, ya que dado su limitado enfoque hace que los gobiernos se satisfagan con la supuesta reducción y descuiden reformas pendientes.

Estas mediciones se explican si observamos el contexto mayor. Existen en el proceso de crecimiento peruano una serie de temas irresueltos que favorecen la lógica de mercado por sobre la de las libertades/derechos. Los casos del gas, la telefonía, el sistema financiero o los medicamentos, ejemplifican cómo el Estado es incapaz de colocar el interés de la colectividad por encima de otros intereses; y así podemos identificar una serie de situaciones en las que los ciudadanos se encuentran desprotegidos frente a las tácticas empresariales que bajo la lógica de un supuesto libre mercado imponen condiciones que en otros países son inaceptables. En el Perú no existe un modelo de libre mercado, sino una situación derivada de una apertura ilimitada a la gran inversión, sin haber delineado una estrategia mínima de desarrollo integral.

Por ello el modelo de crecimiento peruano genera constantemente conflictos, despropósitos y desencuentros. Es tanta la limitación del modelo actual, que no se trata de una contraposición entre liberalismo y socialismo, sino de al menos lograr coherencia en aspectos que pasan por elevar las condiciones de vida de todos y no sólo de los que se enganchan al crecimiento. Por ello es necesario reparar en las nuevas relaciones que se vienen consolidando, como las que describe Francisco Durand (Un Estado en retirada, en OXFAM informe Perú 2009 - 2010): “Esto provoca una mayor fusión entre el capitalismo financiero y el productivo, y a su vez, eleva los niveles de cohesión de la pequeña elite de gerentes y propietarios que comanda la economía” (caso BCP/Alicorp, entre otros).

La costumbre pesa

No se trata de negar que en los últimos años se han producido cambios relevantes, pero sí de señalar que éstos se observan aislados sin lograr cuajar un horizonte común, a pesar del discurso oficial. Las tasas de violencia y crimen en aumento, así como una red de narcotráfico cada vez más sólida y la incapacidad de aminorar la corrupción, son muestras de los vacíos en nuestras políticas.

Estuvimos tan acostumbrados a administrar la pobreza que ahora, que contamos con recursos antes inimaginables (un PBI casi 10 veces mayor en 10 años), nos cuesta superar la lógica de la focalización para lograr la universalización, que es la única forma de cohesionar a la sociedad. Ello pasa también por reconocer que existe un conflicto entre el mercado y las libertades/derechos. Avanzar supone medir nuestros logros sobre bases más cercanas a la realidad que permitan tener un panorama claro de los temas pendientes, y no que nos presenten un miserable ingreso como la superación de la pobreza y el camino a El Dorado.

Alexandro Saco

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