sábado, 3 de junio de 2006

Sobre El código Da Vinci

Entrevista en RTP
http://www.presenciacultural.com/blog/2006/05/27/fe-y-censura-ernesto-hermoza-entrevista-a-alexandro-saco/

La fe es privada. Es una elección personal y respetable. La religión es un accionar público principalmente irradiado desde estructuras eclesiásticas como la iglesia. En este accionar se establecen orientaciones que se dirigen a sus creyentes, pero que al estar imbricadas en diferentes planos sociales, terminan teniendo entre otras una intención mayor: Desautorizar las observaciones que se planteen a determinado punto en discusión. El razonamiento contrario es simple, si las religiones desde sus voceros intervienen en asuntos que van más allá de la fe personal, entonces ellas mismas legitiman que se pueda abordar asuntos concernientes a su desenvolvimiento en lo social.

El revuelo desatado por El código Da Vinci es un ejemplo de la distorsión de la que parte en algunos casos un llamado a su censura. Lo irónico es que se está discutiendo sobre la base de una ficción, de una obra literaria. El error parte de tomar esa creación literaria como una afirmación concreta. Inversamente podemos decir que para muchos no creyentes los evangelios son una obra de ficción, un libro escrito por gente común. Los que censuran el libro de Dan Brown le están confiriendo a éste el mismo valor que a las escrituras en las que creen. La distinción se pierde en la argumentación contra el libro y aparece el afán censor.

Si se le diera el valor de verdad a todas las ficciones que se han escrito sobre diversos asuntos religiosos o no, estaríamos envueltos en un conflicto eterno. Por otro lado no es la primera vez que se han utilizado en la ficción los llamados evangelios apócrifos sobre la relación de Jesús y Maria Magdalena. La reacción es acorde con los tiempos de inicios de este tercer milenio, los que a pesar de adornarse con la tecnología, en asuntos como este nos hacen ver qué disparejo es el desarrollo de las ideas frente a las creencias. Las ideas son discutibles, pueden ser sometidas al análisis y hasta pueden variar frente a mejor argumento; las creencias son casi estáticas e impermeables.

El triunfo de la racionalidad que el desarrollo de las ideas parecía desplegar en los últimos siglos y la separación definitiva de política y religión, en las últimas décadas ha sufrido una regresión. Los fundamentalismos religiosos se han acentuado en una relación inversa a la apertura de los mercados y al acceso a la información. Los fundamentos sobre los que se sostienen las creencias, en muchos casos, se han sentido vulnerados y en oposición a ello se han fortalecido. El triunfo de la Revolución Islámica en Irán en 1978 o el peso que han ganado los grupos religiosos en la política estadounidense, son hechos que evidencian este avance. Al interior de la iglesia católica el grupo más conservador ha ganado enorme poder e influencia.

Más allá de El código Da Vinci, este debate se repite cíclicamente. Ayer fue un montaje de la última cena o una publicidad que aludía a María. Lo que quiero decir es que la pugna por establecer límites a las expresiones sean artísticas o científicas está vigente. Tanto así que en algunos estados de EEUU se discute a nivel legislativo si se debe enseñar en las escuelas la creación divina o las teorías evolutivas. Si bien levantar la bandera del respeto es el recurso más aceptable que la censura tiene, volvemos al punto inicial: La fe es un acto personal. Mientras no se cuestione o se trasgreda la actividad personal que esa fe ejerce, los demás miembros de la sociedad tienen el derecho expedito para crear ficciones, realizar estudios, y cuestionar los dogmas que traspasan el límite de un grupo religioso determinado para involucrarse en la vida de los demás.

Dar vueltas en este círculo es justamente lo que evita que se pueda ejercer sin complejos la crítica o la creatividad. La historia escrita y la no escrita, que es quizá más fidedigna, nos brinda insumos de sobra si se tratara de argumentar contra tal o cual comportamiento de las religiones. El actual debate es sordo, pretende enredarnos en algo que no alumbrará ninguna posición definitiva, y se repetirá es un breve tiempo. Lo central es que aquel que esté frente a su teclado para crear o analizar, o que tenga la oportunidad de dirigirse a un público, lo haga dejando totalmente de lado el veto que algunos pretenden mantener vivo.


Alexandro Saco
21 5 2006

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