jueves, 3 de agosto de 2006

El perro y la pena de muerte

No es que el perro que le quitó la vida a un ladrón en el centro de Lima sea o no un asesino. El asunto es que el ser humano muy fácilmente transfiere categorías propias de su desenvolvimiento a otras especies. En ese sentido no se puede definir a los animales a las plantas o a los fenómenos naturales como asesinos. Hay una distancia insalvable entre las definiciones del hombre y la variedad de comportamientos naturales. El asesinato es quitar concientemente la vida un ser humano a otro por un motivo específico. El animal, en este caso el perro, ataca a un hombre en parte por instinto de protección. A pesar de ello el ordenamiento legal finalmente funciona desde una perspectiva humana y de ese errado modo cree defenderse y abarcar lo natural.

El animal no asesina, el animal se defiende o ataca por motivos de supervivencia. El animal no genera guerras ni destrucción del medio ambiente en el que habita. El animal no ha colocado al mundo a un paso de su destrucción sea por las consecuencias de las armas nucleares o por los factores contaminantes. El ser humano es el que ha hecho y sigue haciendo todo lo señalado, pero también, bueno es decirlo, su inteligencia le ha permitido superar a los demás animales en algunos aspectos. No en todos, y eso es lo que cuesta dificultad entender. Tanto así que el ser humano arbitrariamente ha definido que los actos más horrendos que puede cometer son “actos animales”. Cuando se trata de todo lo contrario, las peores atrocidades, cuanto las más nobles acciones, que el humano comete, lo acercan más a su naturaleza sea esta la más condenable o la más rescatable. No es adecuado entonces confundir las conductas condenables con los actos animales.

Dicho esto, a raíz de lo sucedido con el perro que le quito la vida al ratero, se ha levantado una velada apología de la pena de muerte. Muchos han señalado abiertamente, llevando otra vez todo a las categorías humanas, que el perro estaba cumpliendo su labor y que el prontuariado merecía esa muerte. Y si sumamos esto a la sensación de inseguridad y a los que consideran que armarse es la solución apropiada, encontraremos que existe una tendencia a justificar la muerte como medida de seguridad. Cuidado. No es cierto que la muerte por un lado y que la protección vía las armas por el otro proporcionen seguridad. Todo intento de liberalizar el uso de las armas o de establecer la pena de muerte no ha producido los resultados buscados. Las sociedades que han optado por armarse terminan generando violencia normalizada. Ahí está Sao Paulo para demostrarlo y EEUU para confirmarlo.

Si bien el tema de la pena de muerte es debatible, hay un factor que en nuestra realidad hace insuperable establecer esta norma legal. Ya que contamos con un Poder Judicial incapaz de garantizar la corrección de sus decisiones. Poner en manos de ese Poder Judicial la decisión sobre la vida o la muerte es delirante y absurdo, y no hay forma de que otra instancia pueda ser la que defina un caso judicial. La pena de muerte es una de esas constantes que cada cierto tiempo ronda abierta o veladamente a nuestra sociedad, desde candidatos hasta periodistas la utilizan para congraciarse con las masas. Su discusión a veces es tan contradictoria que los que condenan el aborto terminan avalando el castigo fatal, mientras que son los que no profesan religión los que demuestran mayor cordura frente a la medida.

Los animales no son asesinos, son simplemente lo que son. Poco dice de los seres humanos su afán de definir todo lo que sucede desde un altar de superioridad que nadie les ha otorgado y que menos han ganado alguna competencia que no cuente con el propio humano como juez y parte. Para superar esa incomoda realidad es preciso entender que el hombre es un animal, pero no como simple teoría, sino como práctica. Lo que han hecho los animales ha sido conservar este planeta mucho más tiempo del que el ser humano lo viene habitando. Si el hombre es un animal más, antes que utilizar en su adjetivación alegremente las acciones animales, debería ayudar en lo que los animales son más capacitados que nosotros: Mantener por mucho tiempo más un planeta habitable.

Alexandro Saco
16 7 2006

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