jueves, 5 de abril de 2007

Drogas, mentira oficial y normalización

En sentido estricto la lucha contra las drogas no existe. La principal droga, el alcohol, es auspiciada, promocionada y se ha convertido en parte del mercado global. Mientras tanto la estigmatización de otras sustancias que crean dependencia y perjudican a la salud, no contribuye en nada a aminorar la amplitud de este mercado. El supuesto combate al comercio ilegal de la cocaína está inscrito en un contexto de verdades a medias y manipulación como la del presidente García en los últimos días. Los anunciados bombardeos sobre las zonas cocaleras son sólo un ámbito del problema. ¿Alguien recuerda cuando fue la última vez en que una gran mafia fue descabezada en los EEUU por el comercio ilegal de cocaína?

Si hubiera la voluntad de confrontar las raíces del asunto la aritmética es útil. Los cien millones de dólares anuales que en promedio se usan para el llamado combate al comercio ilegal de cocaína vía ayuda intergubernativa, alcanzarían de sobra para comprar toda la cosecha de hoja de coca legal e ilegal que se cultiva en el Perú. Lógicamente la ecuación no es tan simple por diversos factores, pero muestra el grado de descontextualización al que se ha llevado el debate. Por un lado los cocaleros señalados como el principal factor de desequilibrio, por el otro ni una mención a las mafias que al interior de EEUU, Europa o Japón multiplican hasta por cien el valor de un kilogramo de cocaína. Moverse en esa disyuntiva genera la continuidad de décadas en las que no se disminuye, sino que por el contrario se incrementa el consumo y los actos delictivos ligados a ello.

Toda campaña desarrollada para aminorar los índices de consumo ha fracasado. La publicidad que pretende alejar a los jóvenes de las llamadas drogas es irrelevante y ridícula en muchos casos, apelando al miedo, señalando el consumo de drogas como el inicio de un viaje sin retorno. El problema no son las drogas, el problema son las personalidades que por ellas mismas generan grados de adicción. Es decir, un humano será adicto y podrá desencarrilar su vida en la medida en que su personalidad sea permisiva a ello. De nada servirán los bombardeos reales o publicitarios para que el proto adicto no llegue a serlo. La responsabilidad no esta en la sustancia, quizá en alguna mínima medida en su comercialización, pero es sustancialmente de cada persona.

Por eso todo este cuento cíclico de mano dura frente a los cocaleros es parte del rito que gobernantes mediocres deben cumplir para ser políticamente correctos. En todo el mundo el consumo de las llamadas drogas crece, legales o ilegales: esa es la evidencia más clara del rotundo fracaso del discurso conservador en este tema. Es tiempo de llevar al debate oficial distintas posibilidades que partan de un sinceramiento y lleguen a debatir la normalización o legalización de por lo menos algunas de las sustancias en cuestión, que podría iniciarse con la marihuana. La normalización de un discurso efectista debiera dar paso a la normalización de hábitos sociales de gran alcance y mínima conflictivita como el consumo de canabis.

Es contradictorio y reflejo de la verdad oficial emprenderla contra un grupo de sustancias y empujar al consumo de otras normalizadas. En el Perú existe una apología hacia el consumo del Pisco, y hace unos meses El Comercio celebraba que entre los jóvenes peruanos el consumo de esta bebida se haya incrementando. Pero el mundo respondería distinto si del mismo modo celebráramos que el consumo del canabis se extendiera, apelando para ello la calidad de nuestros cultivos frente a otros de menos calidad. Así se construyen los grandes mitos de determinadas épocas, estigmatizando, juzgando y condenando, cuando lo oficial es igual o peor que lo que se dice combatir.

Mientras todo eso sucede, los responsables gubernativos del mundo han hecho suyo el discurso apocalíptico sobre las llamadas drogas, sin capacidad e iniciativa de propuesta, encaramados en la violencia verbal y militar como hoy Alan García. Repulsión es lo que produce observar como una verdad oficial sirve a las mafias incrustadas en los poderosos estados que nunca son desmanteladas, al discurso conservador que se entromete por las cualquier grieta que la oportunidad presenta, al embrutecimiento de nuestros jóvenes con la difusión de creencias exageradas. La propuesta es un debate serio sobre el asunto, en el que la despenalización por un lado y la normalización por el otro sean consideradas hoy 2007.

Alexandro Saco
3 4 2007


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