miércoles, 21 de noviembre de 2007

Alan y su empresariado marxista


En la clase que dictó Carlos Iván Degregori en el curso Escisiones Persistentes del IEP, sobre las ideas de nación en el Perú actual, señaló varios puntos atendibles. Uno se refiere a la distinción entre ser pro mercado o ser pro empresariado. Ser pro mercado digamos que es necesario en una organización global que basa su desarrollo en las relaciones que desde ahí se tejen; por eso en cierto sentido ser pro mercado significa observar atentamente cómo y en qué condiciones se desarrolla éste para regular sus distorsiones y favorecer así el desarrollo social. Por el contrario en la actualidad, el gobierno y principalmente el presidente García, han optado por una actitud pro empresariado, y lo que es peor, pro cierto empresariado, lo cual distorsiona la relación del Estado con el mercado y tiene consecuencias más profundas.

Degregori hizo una analogía atinada: así como el marxismo atribuyó la capacidad de la solución de los problemas sociales a la clase trabajadora, al considerarla la única capaz de interpretar y poner en acción los cambios requeridos, hoy se está cometiendo el mismo error, y en el Perú en un grado peligroso, al entregar la conducción y asumir que es la perspectiva empresarial la indicada para llevarnos al desarrollo. Desarrollo que dicho sea de paso no sabemos a ciencia cierta a qué se refiere más allá de un artículo de Alan García que la CADE no logrará traducir. De ese modo, la ortodoxia izquierdista de décadas anteriores se refleja hoy en la inconsistencia pro empresarial, y nuevamente unos iluminados nos pretenden conducir, pero a un lugar peor del que dicen sacarnos. Esas ideas de grupos que por sí solos son capaces de generar el desarrollo son insostenibles, y arbitrarias cuando el Estado pone todo su peso en validarlas.

Acercándonos a las actitudes del presidente Alan García, podemos observar su continuidad antes que su transformación. Este gobernante, a pesar de que erróneamente se interprete que ha cambiado políticamente, pues no ha cambiado. Antes fue un extremista pro Estado, emitiendo billetes y controlando el tipo de cambio, hoy es un extremista, un converso pro empresarial, que con el mismo vigor con que nos llevó a su primer desastre, nos está haciendo involucionar a tiempos que pensábamos superar de mejor forma. Presentar al país, específicamente a la sierra y a la selva, como grandes territorios casi vacíos, es lo mismo que la elite centralista pensó durante los primeros cien años de vida independiente y ya vimos las consecuencias que tuvimos, Sendero incluido.

El tema es que, para el humano García, resultaba imposible un cambio. Y eso por un asunto que escapa a la voluntad del político García: de los cuarenta años a los cincuenta y cinco nadie cambia. A los treinta y seis, cuando asumió su primer gobierno, su personalidad ya estaba absolutamente formada, como la de todos los que nos acercamos a esa edad. Podremos representar uno que otro giro en tal o cual sentido, pero nunca cambiaremos el fondo de nuestra totalidad. Por eso hoy García repite su extremismo, consentido por que ahora es pro empresariado y antes fue pro Estado. Lo peligroso es que con una persona así en la conducción del país, ya vemos a lo que nos enfrentamos.

Existe un desprecio manifiesto hacia grandes sectores de la población, a los que García, acompañado por una elite que no ha aprendido casi nada de la guerra interna, como su antepasada no aprendió de la Guerra con Chile, responsabiliza de los problemas irresueltos del país. Acomplejados, perros, extremistas, comechados y más insultos son pan de cada día. Pero no son solamente adjetivos, sino una perspectiva gubernativa en la que el reconocimiento y la inclusión, el respeto y la puesta en valor de nuestra cultura, que es finalmente lo que nos distingue a humanos de los metales e hidrocarburos, han sido arrojada a un rincón inaceptable. El discurso político paternalista, las alianzas funcionales al statu quo y un exacerbamiento de las diferencias en cada tema propuesto por el Poder Ejecutivo, obstruyen los caminos de entendimiento imprescindibles para no enfrentarnos a elecciones en las que la ruptura es una constante.

No es responsabilidad única del gobierno, sino de un conjunto de sentidos comunes que irrumpen y llenan los canales de información asumiendo representaciones ilegitimas; más preocupante aun cuando la elección de García significaba un punto de encuentro necesario y el extremismo se suponía estaba del otro lado. La constatación es que el extremismo y el desprecio están del lado del gobierno de García, en una mezcla de factores personales y de conveniencia política. Pero como es un extremismo que va hacia el lado bien visto por cierta élite, se le deja pasar como un exceso que se debe asumir. No hay exceso presidencial que se deba aceptar en aras de un pseudo desarrollo replanteado en toda Latinoamérica. Cuando en la segunda mitad de los ochenta otros países se dieron cuenta de que la apertura comercial era clave pero debía ser fruto de una inteligente acción estatal, García optó por una incontenible y atrofiada acción estatal. Hoy la región ha comprobado que no haber tomado las medidas del caso llevó a inequidades que se están tratando de remediar, pero García comete el mismo error, girando ahora hacia el extremo pro empresarial para ir en contra de la historia una vez más.

Alexandro Saco
19 11 2007

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