lunes, 29 de diciembre de 2008

Pentagonitox


Como habitante de San Borja, reclamo lo mismo que los habitantes de Carmen de la Frontera, los matsés de la amazonía, los de Concepción en Huancayo, los de Quilish en Cajamarca, los estudiantes de San Marcos, o lo de todos aquellos que en el mundo enfrentamos una arbitrariedad estatal que pretende variar sin consulta previa la realidad de nuestro entorno de vida. La pretendida venta de dieciséis hectáreas del Pentagonito, es otra de las acciones que desconocen que el Estado no es un ente independiente en sí mismo, sino que es ante todo una representación. Un Estado no debe disponer de las propiedades o tierras en las que una comunidad se desarrolla; en todo caso lo menos que cabe es la consulta a los que habitan esa jurisdicción.

En los últimos años, de la mano de la débil teoría de que toda inversión es desarrollo, se ha instaurado una voluntad que no sabemos a quién beneficia, en relación a la venta de terrenos en los cuales el Estado nos representa como propietarios. Sin tener en cuenta lo insostenible del crecimiento urbano actual en Lima, ciertos funcionarios están dejando a una ciudad caótica como la nuestra, sin posibilidad de conservar las pocas áreas libres que quedan. Sea de propiedad de quien fuere el Pentagonito, su valor es que es un espacio libre y un área verde.

Por otro lado, es absurdo pretender construir sobre la destrucción, como sucede con la Universidad de San Marcos o con algunas áreas naturales que interactúan con comunidades. Construir sobre la base de la destrucción, es lo mismo que buscan los grupos extremistas o terroristas; incendiar la pradera para sobre las cenizas levantar lo nuevo. Los que hoy en el Perú avalan la destrucción de espacios urbanos ya consolidados, para sobre una letanía construir modernidad, son similares a los que aniquilan para llegar a una realidad supuestamente mejor.

El espacio que se pretende cercenar al Cuartel General del Ejército sirve para una serie de actividades castrenses. Pero además es un espacio conquistado por la comunidad en el que se desarrolla un estilo de vida saludable. El Municipio de San Borja lo que ha hecho es interpretar adecuadamente y fortalecer esa relación de los vecinos con el espacio público que tiene décadas de consolidada. Desde los años ochenta los 4.3 kilómetros de contorno del Pentagonito, son usados por miles y miles de personas que hacen diversos deportes y actividad física.

Gastar adjetivos en Flores Araoz es ofender a las palabras. Pero resulta alucinante que un Ministro de Defensa pretenda despedazar el principal símbolo del Ejército Peruano. Las razones militares para rechazar esta pretensión son válidas. El pentagonito es un símbolo para los militares, así como el cerro el bosque o el río tal lo es para los humanos que viven en sus cercanías. Desconocer que además de lo concreto las sociedades se mueven básicamente por lo simbólico, es síntoma de a lo que algunos nos pretenden llevar: sagrada inversión.

Existen distintas razones para oponerse a que en ese espacio libre y verde de la ciudad se construyan edificios o comercios. Los vecinos más cercanos rechazan que esa zona, una de las más tranquilas de Lima, varíe su naturaleza. Los militares protegen su cuartel general que si es recortado los afectará directamente como institución y creará un resentimiento. Otros vecinos de la zona nos oponemos por que hemos conquistado ese espacio para enriquecer nuestra vida con el deporte, con el paseo, con el aire que corre o con la vista despejada. Todas estas miradas y otras confluyen en algo: El Estado y sus funcionarios son elegidos y designados para proteger y consolidar nuestros intereses, no para ir en contra de éstos, y menos aún sin al menos consultarlo. El interés en este caso es conservar tal cual el área.

En épocas en que la palabra democracia es usada como escudo frente a opciones que con razones válidas o no la ponen en cuestión, es necesario rescatar sus columnas. Una de ellas es gobernar para el interés de los habitantes de un territorio, y que sea su interés el que prevalezca sobre el de un funcionario elegido o no. No sólo en el Perú, sino en cualquier lugar del mundo donde exista un sistema democrático, las decisiones últimas son de la gente. ¿Acaso se atreverían a resolver este desencuentro u otro con una consulta ciudadana? No, porque no estamos gobernados por demócratas.

Alexandro Saco
14 12 2008

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