martes, 23 de octubre de 2012

COLOMBIA: LECCIÓN DE POLÍTICA

El gobierno colombiano ha decidido iniciar lo que muy pocos gobiernos se atreven: enfrentar la realidad de un problema estructural de su sociedad, con una agenda emanada desde ambas partes que permite comenzar las negociaciones. La posición del Presidente Santos expresada por Humberto De La Calle en Oslo, más allá de ser realista, es valiente, no sólo por reconocer a sus interlocutores, sino por señalar literalmente que existe la necesidad de cambios audaces en orientación progresista. Iván Márquez de las FARC presentó un discurso de denuncia, que apunta hacia la reorientación del modelo extractivista y buscó recordar las raíces de las violaciones a los DDHH.
 
La agenda incluye cinco ejes: Desarrollo rural, participación política, desmovilización, narcotráfico, víctimas (de las que cada parte tiene su propia interpretación). A pesar de que el gobierno ha señalado que el modelo no está en cuestión, sí ha cuestionado el orden establecido en uno de los países más desiguales del mundo. No es sólo el silencio de las armas, sino la incorporación de las FARC a la vida política.
El gobierno colombiano, a despecho de la derecha continental, acepta que la solución al conflicto no tiene que ver con el aplastamiento militar de la guerrilla, sino con las razones de la violencia; y eso tiene eco y repercusiones continentales, debido a que la mayoría de nuestros países presentan, con sus particularidades, la misma disyuntiva: profundización del neoliberalismo versus reorientación del modelo de desarrollo hacia uno sostenible.   
Otro elemento relevante aceptado por las partes en su presentación en Oslo, ha sido el de involucrar a la sociedad en la negociación, cuyos avances y/o acuerdo final se consultarán. El mecanismo no ha quedado aún claro, pero abarcaría la posibilidad de formas de consulta ciudadana y enriquecimiento de la agenda inicial, lo que en un proceso de este tipo es innovador. En suma, se trata de revertir la política guerrerista que llegó a su éxtasis con Uribe, para pasar a un involucramiento sin tabúes en el destino de Colombia; una lección para los que utilizan el uribismo como fetiche de seguridad y desarrollo.
¿Y la dimensión ética? Luego de oír a Iván Márquez y Humberto De La Calle, nunca más atinada la frase: la política es la continuación de la guerra por otros métodos. No se trata de obviar la terrible violencia y violación a los DDHH cometidas por ambas partes, pero sí de reconocer que los procesos políticos requieren en determinado momento, para ser eficaces en pro del objetivo mayor, encapsular conscientemente ciertas dimensiones; si no fuere así, los conflictos nunca podrían resolverse. Para superar las enormes heridas se ha considerado como uno de los ejes de negociación a las víctimas del conflicto (¿Comisión de la verdad?), producto del despojo y terrorismo de los paramilitares, del Estado y de la guerrilla.
Colombia le está hablando al mundo pero sobre todo a Latinoamérica, brindando una lección de política, en la que quien más tiene que perder es el gobierno de Santos. Nuestra región que pareciera no poder salir de sus laberintos, debería enfocar este proceso con la atención que corresponde. Por eso no hay que obviar que el primer punto de negociación es el desarrollo rural, que implica la distribución de las tierras y para una de las partes las actividades que se desarrollan sobre o bajo ésta y afectan el medio ambiente. En Colombia según la ONU el 52% de la propiedad de la tierra está en manos de apenas el 1,15% de sus habitantes: minería, petróleo, soberanía alimentaría, pueblos indígenas entrarían en el debate. Pareciera que se está iniciando una discusión cuasi constituyente.
Y como para no dejar de sorprender, en el asunto de las tierras el Presidente Santos reveló que a partir del proceso de restitución iniciado este año, el 38% de las más de veinte mil solicitudes, son de personas que afirman que las FARC las despojaron de sus tierras. Ello en respuesta a la afirmación de Iván Márquez en Oslo, en el sentido de que este registro de tierras busca que los agricultores se vean obligados a venderlas a las transnacionales. Estamos ante un sinceramiento que en sí mismo es oxígeno para Colombia y Latinoamérica, a pesar de que en el Perú no se quiera ver.
Sobre esto último, es indicativo que no se esté analizando el proceso, a pesar de ser la noticia internacional del año en la región y tener ecos en el Perú. Creo que este silencio expresa los límites que el análisis político se ha impuesto a sí mismo, en el que el cuestionamiento al modelo de desarrollo que se plantea en medio mundo, es exorcizado del debate producto de temores empujados por una corriente conservadora que impide discutir lo que realmente está en juego en el país.
Colombia, su gobierno, las FARC, nos están abriendo la posibilidad de ver lo improbable, de enfocar los nudos que Latinoamérica se niega a resolver, ocultados, creo yo, por la cada vez más débil ideología neoliberal que sobre la base de medias verdades y su absolutismo niega el agotamiento de una visión del mundo, la misma que se presenta como la única capaz de hacernos avanzar. Oigamos a Cioran sobre las ideologías: “La historia no es más que un desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable”.

Alexandro Saco – 23 octubre 2012

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