El gobierno colombiano ha decidido
iniciar lo que muy pocos gobiernos se atreven: enfrentar la realidad de un
problema estructural de su sociedad, con una agenda emanada desde ambas partes que
permite comenzar las negociaciones. La posición del Presidente Santos expresada
por Humberto De La Calle en Oslo, más allá de ser realista, es valiente, no
sólo por reconocer a sus interlocutores, sino por señalar literalmente que
existe la necesidad de cambios audaces en orientación progresista. Iván Márquez
de las FARC presentó un discurso de denuncia, que apunta hacia la reorientación
del modelo extractivista y buscó recordar las raíces de las violaciones a los
DDHH.
La agenda incluye cinco ejes:
Desarrollo rural, participación política, desmovilización, narcotráfico,
víctimas (de las que cada parte tiene su propia interpretación). A pesar de que
el gobierno ha señalado que el modelo no está en cuestión, sí ha cuestionado el
orden establecido en uno de los países más desiguales del mundo. No es sólo el
silencio de las armas, sino la incorporación de las FARC a la vida política.
El gobierno colombiano, a despecho de
la derecha continental, acepta que la solución al conflicto no tiene que ver
con el aplastamiento militar de la guerrilla, sino con las razones de la
violencia; y eso tiene eco y repercusiones continentales, debido a que la
mayoría de nuestros países presentan, con sus particularidades, la misma
disyuntiva: profundización del neoliberalismo versus reorientación del modelo
de desarrollo hacia uno sostenible.
Otro elemento relevante aceptado por
las partes en su presentación en Oslo, ha sido el de involucrar a la sociedad
en la negociación, cuyos avances y/o acuerdo final se consultarán. El mecanismo
no ha quedado aún claro, pero abarcaría la posibilidad de formas de consulta
ciudadana y enriquecimiento de la agenda inicial, lo que en un proceso de este
tipo es innovador. En suma, se trata de revertir la política guerrerista que
llegó a su éxtasis con Uribe, para pasar a un involucramiento sin tabúes en el
destino de Colombia; una lección para los que utilizan el uribismo como fetiche
de seguridad y desarrollo.
¿Y la dimensión ética? Luego de oír a
Iván Márquez y Humberto De La Calle, nunca más atinada la frase: la política es
la continuación de la guerra por otros métodos. No se trata de obviar la
terrible violencia y violación a los DDHH cometidas por ambas partes, pero sí
de reconocer que los procesos políticos requieren en determinado momento, para
ser eficaces en pro del objetivo mayor, encapsular conscientemente ciertas
dimensiones; si no fuere así, los conflictos nunca podrían resolverse. Para
superar las enormes heridas se ha considerado como uno de los ejes de negociación
a las víctimas del conflicto (¿Comisión de la verdad?), producto del despojo y terrorismo
de los paramilitares, del Estado y de la guerrilla.
Colombia le está hablando al mundo
pero sobre todo a Latinoamérica, brindando una lección de política, en la que quien
más tiene que perder es el gobierno de Santos. Nuestra región que pareciera no
poder salir de sus laberintos, debería enfocar este proceso con la atención que
corresponde. Por eso no hay que obviar que el primer punto de negociación es el
desarrollo rural, que implica la distribución de las tierras y para una de las
partes las actividades que se desarrollan sobre o bajo ésta y afectan el medio
ambiente. En Colombia según la ONU el 52% de la propiedad de la tierra está en
manos de apenas el 1,15% de sus habitantes: minería, petróleo, soberanía
alimentaría, pueblos indígenas entrarían en el debate. Pareciera que se está
iniciando una discusión cuasi constituyente.
Y como para no dejar de sorprender, en
el asunto de las tierras el Presidente Santos reveló que a partir del proceso
de restitución iniciado este año, el 38% de las más de veinte mil solicitudes,
son de personas que afirman que las FARC las despojaron de sus tierras. Ello en
respuesta a la afirmación de Iván Márquez en Oslo, en el sentido de que este
registro de tierras busca que los agricultores se vean obligados a venderlas a
las transnacionales. Estamos ante un sinceramiento que en sí mismo es oxígeno
para Colombia y Latinoamérica, a pesar de que en el Perú no se quiera ver.
Sobre esto último, es indicativo que no
se esté analizando el proceso, a pesar de ser la noticia internacional del año
en la región y tener ecos en el Perú. Creo que este silencio expresa los
límites que el análisis político se ha impuesto a sí mismo, en el que el
cuestionamiento al modelo de desarrollo que se plantea en medio mundo, es
exorcizado del debate producto de temores empujados por una corriente
conservadora que impide discutir lo que realmente está en juego en el país.
Colombia, su gobierno, las FARC, nos
están abriendo la posibilidad de ver lo improbable, de enfocar los nudos que
Latinoamérica se niega a resolver, ocultados, creo yo, por la cada vez más
débil ideología neoliberal que sobre la base de medias verdades y su
absolutismo niega el agotamiento de una visión del mundo, la misma que se
presenta como la única capaz de hacernos avanzar. Oigamos a Cioran sobre las
ideologías: “La historia no es más que un
desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un
envilecimiento del espíritu ante lo Improbable”.
Alexandro
Saco – 23 octubre 2012
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