Esta nueva ofensiva israelí se
relaciona con la votación que el 29 de noviembre la Autoridad Nacional
Palestina llevará a la Asamblea General de la ONU para el reconocimiento de
Palestina como Estado; frente a ello “Israel ha hecho saber que se opondrá por
todos los medios a dicho reconocimiento… tratando de derrocar a Mahmud Abbas.
(Javier Solana, El País, 18 de noviembre)”. Uno de esos medios resulta siendo
este nuevo ataque, que además debilita al presidente de la ANP y fortalece la
respuesta armada de la resistencia palestina.
La ofensiva tiene que ver también
con las elecciones convocadas en Israel para enero de 2013. Netanyahu y
cualquier político sabe que nada mejor que unas bombas para alinear a los partidos
frente al “enemigo común”. Todo ello en un contexto distinto al de hace cuatro
años cuando se desarrolló la operación Plomo Fundido (en la que los actos de
terrorismo de Israel han sido documentados y denunciados en instancias
internacionales, fósforo blanco incluido). Ahora, la denominada primavera árabe
permite que Hamas cuente con un apoyo político menos tímido; por otro lado lo
sucedido en Siria ha obligado a que su cúpula en el exilio de Damasco ceda
poder frente a los que se encuentran en Gaza.
El contexto no debe hacer perder
de vista los asuntos fundamentales ni dar paso a relativizaciones. En ese
sentido es prioritario establecer que la ocupación con todas las consecuencias
que de ella derivan (http://www.bbc.co.uk/news/world-middle-east-19975211)
y el asedio a la población palestina tanto de Gaza como de Cisjordania, son la
base sobre la que se debe entender la resistencia palestina. No es una legítima
defensa de Israel frente a los cohetes que se lanzan desde palestina lo que
apreciamos, sino la acción sostenida durante décadas de persistir en la
creación de “nuevas condiciones” que estrangulan a los palestinos y que permiten
introducir en la discusión puntos de partida distintos a los originales (por
ello el sistemático incumplimiento de las resoluciones de la ONU por parte de
Israel).
Así, ahora se habla de que el
caso de Gaza es distinto al de Cisjordania (que desde hace mucho no tienen
conexión territorial); en el primero el desencadenante de la violencia en los
recientes años se debería que la población eligió a Hamas para que la gobierne,
lo que siguiendo ese razonamiento la convierte en cómplice de sus actos y en
consecuencia debe atenerse a la respuesta militar (recordemos que Hamas nace
bajo la arbitrariedad de la ocupación en los años 80). Mientras que en
Cisjordania gobiernan los “moderados” de Abbas con los que sí se podría
negociar la paz; si eso fuera exacto para Cisjordania el proceso habría
avanzado. La comprobación es distinta, las restricciones a los palestinos
persisten, el despojo de terrenos, demoliciones y construcción de asentamientos
israelíes no han cesado. Es arriesgado aceptar esa diferencia entre Gaza y
Cisjordania sobre la base de quienes las conducen políticamente: Palestina es
una, lamentablemente seccionada y hoy convertida en una sucesión de pueblos
prisioneros de controles, muros y otras medidas de “seguridad”.
Las posiciones que obvian la
ocupación, justifican las restricciones y arbitrariedades sobre los palestinos,
y en suma cargan la responsabilidad del conflicto a los cohetes de Hamas, copian los argumentos sionistas que finalmente pretenden anular la viabilidad de
Palestina como Estado y nación. Cierto es que el terrorismo entendido
como actos orientados a causar miedo en la población civil con fines políticos
se da desde Israel y desde Palestina, y es la población civil de ambas naciones la que termina sufriendo las consecuencias;
pero perder de vista las condiciones que las últimas décadas muestran en los
mapas, en la contabilidad de las víctimas, en los miles de prisioneros sin
justo juicio, en las múltiples restricciones y violaciones a los DDHH de los palestinos,
evidencia un sesgo para analizar el conflicto.
A propósito de lo que sucede en las
redes y su relación con el Perú, el post de Gustavo Faverón señala: “Los
peruanos odian a Sendero Luminoso pero a muchos les encanta Hamas. Parece que
los grupos terroristas sólo son malos cuando lo atacan a uno”; esta idea podría
revertirse de la siguiente manera: “un buen grupo de peruanos odia las
violaciones a los DDHH cometidas por las fuerzas del orden en la época de la
violencia, pero le encantan los ataques del ejército Israelí sobre los civiles
palestinos; parece que el terrorismo de Estado es malo sólo cuando afecta a los
peruanos”.
El acercamiento al conflicto
palestino israelí permite observar la construcción de realidades que mutan
sobre la base de justificaciones asumidas como sentidos comunes: derecho a la defensa,
terrorismo de un solo lado, dos palestinas una en Gaza y otra en Cisjordania,
colonización en lugar del crudo despojo, controles en lugar de vejaciones. Se
obvian las razones por las que la violencia persiste entre Israel y Palestina.
Así, algunos pretenden normalizar, entre otras atrocidades que Gaza sea en la
práctica una prisión para millón y medio de personas, que Israel mantenga alrededor
de 8 mil prisioneros producto del conflicto, que Palestina sea una serie de
enclaves inconexos, que su gente no goce los mínimos derechos civiles y sea vejada
constantemente, que el despojo y demolición continuos sean un asunto accesorio,
cuando justamente son las causas de la violencia y las consecuencias de aceptar
las “nuevas realidades”.
Alexandro
Saco
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