Imagina el Estadio Nacional de Lima, imagina una pelota de tenis en el centro de la cancha del estadio. Proporcionalmente, la pelota de tenis es la tierra y el estadio el sol. El sol es una estrella muy pequeña que está en un brazo de la Vía Láctea. La Vía Láctea tiene miles de millones de estrellas, y el universo conocido miles de millones de galaxias. Ahora, imagina todos los granos de arena de todas las playas de la Tierra. Sólo en nuestra galaxia Vía Láctea, hay más estrellas que todos los granos de arena del planeta juntos.
A pesar de eso, el humano se asume centro del universo. Destruye nuestra pelota de tenis celeste y llena de vida. Crea dioses para justificar sus represiones y atribuirle la creación de algo que es incapaz de entender. Si el humano entendiera su insignificancia en el universo, esa constatación le permitiría aspirar a más. Por el contrario, arrogante, se ha colocado como la medida de la realidad, en contraposición a la naturaleza. Crea fronteras políticas y barreras económicas y permite que una buena proporción de humanos viva lamiendo la arena para beber algo de agua, o condena a una vida indigna a millones con los dogmas de la fe y de la economía.
Cómo respetar a una organización política y económica mundial que con lo que gasta en cinco días en armamento, para sus juegos de guerra, solucionaría la carencia de agua y de saneamiento de todos los humanos del mundo que no tienen el servicio. El humano para evadir su responsabilidad inventa teorías. El orden político económico y religioso mundial es nada frente al orden cósmico. A pesar de que el mundo puede desaparecer y el universo no se enteraría de ello, hacemos lo posible por encadenarnos a ideas insignificantes, que puestas en el tablero mundial se tornan respetables cuando son una burla a la inteligencia, si es que ésta existe.
La vida es una sensación que va más allá de nuestra tosca mirada. La Tierra es un ser vivo. El humano cataloga en un inventario de desatinos su sentir y su conocer, pero no entiende qué hace y para qué lo hace. Se escuda en la riqueza, la tecnología, la religión, la política, cuando lo que más lo acerca al cosmos son las sensaciones que llama primarias, esas que reprimimos por la hegemonía de un discurso agotado en este orden planetario.
A pesar de ello es posible hacer cosas gratificantes. Es decir, las limitaciones de nuestra organización a pesar de ellas mismas permiten grados de goce y de satisfacción personal o grupal. El problema es que parece imposible salir de esos márgenes, y quizá lo sea. La civilización se distingue del individuo porque ésta trasciende. Viendo por dos minutos el cemento de las calles de Lima doblegado por el terremoto, es preciso apostar por la trascendencia. Es la única forma de que el humano sea humano, ya que en conjunto hoy es un agente peligroso.
Pero si alguna vez haz sentido el viento en tu cara llevarse tus cabellos, si has sido elevado por una ola del mar, si te has sumergido en la corriente de un río, si has saltado, jugado con una pelota, olido la tierra húmeda, acariciado a un animal. Si alguna vez has amado, si alguna vez te has entregado a tu deseo o has llorado de alegría al ver el horizonte, entonces has tenido una conexión con el cosmos. Esa es la única conexión que nos acerca a la vida misma. La política la religión y la economía son accidentes en ese camino. Las diputas que estas generan son nada en el eco cósmico. Tengo que vivir en medio de esas realidades y no me arrepiento. Pero puedo mirar al cielo y palpar la Tierra para ver el reflejo y oír el latido de mis sensaciones.
Alexandro Saco
16 8 2007
A pesar de eso, el humano se asume centro del universo. Destruye nuestra pelota de tenis celeste y llena de vida. Crea dioses para justificar sus represiones y atribuirle la creación de algo que es incapaz de entender. Si el humano entendiera su insignificancia en el universo, esa constatación le permitiría aspirar a más. Por el contrario, arrogante, se ha colocado como la medida de la realidad, en contraposición a la naturaleza. Crea fronteras políticas y barreras económicas y permite que una buena proporción de humanos viva lamiendo la arena para beber algo de agua, o condena a una vida indigna a millones con los dogmas de la fe y de la economía.
Cómo respetar a una organización política y económica mundial que con lo que gasta en cinco días en armamento, para sus juegos de guerra, solucionaría la carencia de agua y de saneamiento de todos los humanos del mundo que no tienen el servicio. El humano para evadir su responsabilidad inventa teorías. El orden político económico y religioso mundial es nada frente al orden cósmico. A pesar de que el mundo puede desaparecer y el universo no se enteraría de ello, hacemos lo posible por encadenarnos a ideas insignificantes, que puestas en el tablero mundial se tornan respetables cuando son una burla a la inteligencia, si es que ésta existe.
La vida es una sensación que va más allá de nuestra tosca mirada. La Tierra es un ser vivo. El humano cataloga en un inventario de desatinos su sentir y su conocer, pero no entiende qué hace y para qué lo hace. Se escuda en la riqueza, la tecnología, la religión, la política, cuando lo que más lo acerca al cosmos son las sensaciones que llama primarias, esas que reprimimos por la hegemonía de un discurso agotado en este orden planetario.
A pesar de ello es posible hacer cosas gratificantes. Es decir, las limitaciones de nuestra organización a pesar de ellas mismas permiten grados de goce y de satisfacción personal o grupal. El problema es que parece imposible salir de esos márgenes, y quizá lo sea. La civilización se distingue del individuo porque ésta trasciende. Viendo por dos minutos el cemento de las calles de Lima doblegado por el terremoto, es preciso apostar por la trascendencia. Es la única forma de que el humano sea humano, ya que en conjunto hoy es un agente peligroso.
Pero si alguna vez haz sentido el viento en tu cara llevarse tus cabellos, si has sido elevado por una ola del mar, si te has sumergido en la corriente de un río, si has saltado, jugado con una pelota, olido la tierra húmeda, acariciado a un animal. Si alguna vez has amado, si alguna vez te has entregado a tu deseo o has llorado de alegría al ver el horizonte, entonces has tenido una conexión con el cosmos. Esa es la única conexión que nos acerca a la vida misma. La política la religión y la economía son accidentes en ese camino. Las diputas que estas generan son nada en el eco cósmico. Tengo que vivir en medio de esas realidades y no me arrepiento. Pero puedo mirar al cielo y palpar la Tierra para ver el reflejo y oír el latido de mis sensaciones.
Alexandro Saco
16 8 2007
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