Audio Civilización sobre Memorias hegemónicas
Leo posiciones sobre el museo de la memoria. Se distinguen dos perspectivas. Una que señala que los peruanos tenemos memoria, pero no la memoria que los impulsores del museo o de otras causas en DDHH desean que tengamos, o que temas como el del museo no tienen importancia. La otra es la del movimiento de DDHH, que plantea la necesidad ineludible de crear o mantener la memoria sobre la guerra civil que vivimos entre 1980 y 2000. Ambas posiciones aparentemente opuestas tienen en sustancia similitud.
Son similares porque en ambos casos sus defensores asumen que la necesidad de consolidar o no la memoria está ligada a la totalidad del país. El movimiento de DDHH así lo presenta, como un pre requisito para avanzar hacia una sociedad distinta. Mientras que los opositores a la necesidad de fortalecer la memoria sobre la guerra civil, consideran que no estamos aún preparados y ya llegarán los tiempos para asumirla. Ambas posiciones se pretenden hegemónicas, van hacia toda la sociedad peruana, sin distinguir una serie de matices.
El asunto es que deberíamos asumir que eso de la memoria colectiva es relativo, y que cada hombre o mujer afectado por la violencia tiene la libertad de escoger la forma de procesar su duelo, dolor u otra sensación. En ese sentido, bastaría con que un solo peruano o peruana afectado por la violencia, encontrará en un museo de la memoria una de las formas de procesar sus sentimientos, para que la construcción del museo esté justificada. Y como de hecho más de uno en un museo como el propuesto procesaría sus sentimientos, el museo está absolutamente justificado; eso, además de la labor informativa que le es inherente.
Los demás, estamos en la libertad de reconocernos o no en un museo o en cualquier otro tipo de manifestación que fortalezca esa necesidad de memoria o no. Y como dice el jorobado, muchos anclarán su memoria colectiva en Ferrando, Risas y salsa (1) o los goles de La Rosa. Pero, inadecuado es presentar esa memoria parcial como la memoria hegemónica hoy, ya que en este aspecto no tiene valor alguno la estadística o la evidencia de lo que algunos prefieren recordar y otros no. En ese sentido, así como la memoria criolla puede sentirse alejada de la memoria de las zonas andinas de la guerra, la memoria de las urbes no se identificaría necesariamente con la anterior.
Abona a la existencia de memorias distintas, el ambiente de Ayacucho hoy. Se trata de una ciudad plagada de memoria de la guerra, desde el piso de su plaza de armas, pasando por los centros culturales, hasta las fotos de los periodistas muertos en Uchurakay exhibidas perennemente en el Hotel San Rosa donde durmieron la víspera de su muerte. Si el epicentro de la guerra civil es memoria, que se conjuga con el ánimo de sus tradiciones, ¿por qué Lima no podría albergar un elemento central de esa memoria que abarca a muchos en el país? Los tiempos de la memoria son independientes de los análisis intelectuales o del propio movimiento de DDHH; son personales, y si se traducen en colectivos, en buena hora.
Las críticas planteadas en este debate son interesantes en ambos sentidos. El moviendo de DDHH es visto como el representante legítimo de los derechos humanos; esa es la percepción social y la ha ganado, mientras que el conservadurismo sigue pensando que la cifra de muertos o los remanentes senderistas son el asunto central. Además, todos los que vivimos en los años de la guerra, tenemos una interpretación distinta de aquélla, que no cabe ni en una ni en otra perspectiva. A las corrientes políticas y de pensamiento en el Perú, les falta reconocer que sus perspectivas no son generales, y que cada humano como tal es un mundo en sí mismo.
La clave es libertad de elección; no hay por qué suprimir las posibilidades de ésta. Si la memoria de Ferrando, de Risas y salsa o de los goles de La Rosa existe y de hecho cuenta con todos los medios para fortalecerla empezando por la TV, ¿qué tanto puede significar un museo de la memoria ubicado en cualquier punto de Lima? Los peruanos vemos cómo en otros lugares del mundo caen bombas de racimo que matan a miles, y nos creemos lejanos. Pero lo cierto es que nuestra convivencia pende de un hilo; sino lo cree vaya en combi de Lurín a Ancón o en bus de Lima a cualquier punto del país.
La cicatriz de esta guerra no se borra, quizá no se borre por mucho tiempo o no se pueda borrar, porque lo que originó el corte persiste en distintas dimensiones. Frente a eso, para enterrar la posibilidad de un museo de la memoria se usa la misma lampa o la misma punta de estrella, que se usó para cavar las cientos de fosas comunes que muchos desprecian. Pero también es cierto que el discurso de DDHH ha llegado a un límite en el que debe renovarse, sino seguirá representando una fuerza política intensa, pero sin ejercicio de poder. Renovarse para relacionarse con una sociedad que cambia, no lo necesario, pero que no es inmóvil.
1- No deja de ser interesante que a inicios de los ochenta, algunas de las secuencias de Risas y salsa, utilizaban a Sendero luminoso en sus chistes. Recuerdo claramente como Esmeralda Checa de decía a Antonio Salim, algo así como: qué esperas para hacer tal cosa, que te iluminen el sendero luminoso…
Alexandro Saco
15 3 2009
Son similares porque en ambos casos sus defensores asumen que la necesidad de consolidar o no la memoria está ligada a la totalidad del país. El movimiento de DDHH así lo presenta, como un pre requisito para avanzar hacia una sociedad distinta. Mientras que los opositores a la necesidad de fortalecer la memoria sobre la guerra civil, consideran que no estamos aún preparados y ya llegarán los tiempos para asumirla. Ambas posiciones se pretenden hegemónicas, van hacia toda la sociedad peruana, sin distinguir una serie de matices.
El asunto es que deberíamos asumir que eso de la memoria colectiva es relativo, y que cada hombre o mujer afectado por la violencia tiene la libertad de escoger la forma de procesar su duelo, dolor u otra sensación. En ese sentido, bastaría con que un solo peruano o peruana afectado por la violencia, encontrará en un museo de la memoria una de las formas de procesar sus sentimientos, para que la construcción del museo esté justificada. Y como de hecho más de uno en un museo como el propuesto procesaría sus sentimientos, el museo está absolutamente justificado; eso, además de la labor informativa que le es inherente.
Los demás, estamos en la libertad de reconocernos o no en un museo o en cualquier otro tipo de manifestación que fortalezca esa necesidad de memoria o no. Y como dice el jorobado, muchos anclarán su memoria colectiva en Ferrando, Risas y salsa (1) o los goles de La Rosa. Pero, inadecuado es presentar esa memoria parcial como la memoria hegemónica hoy, ya que en este aspecto no tiene valor alguno la estadística o la evidencia de lo que algunos prefieren recordar y otros no. En ese sentido, así como la memoria criolla puede sentirse alejada de la memoria de las zonas andinas de la guerra, la memoria de las urbes no se identificaría necesariamente con la anterior.
Abona a la existencia de memorias distintas, el ambiente de Ayacucho hoy. Se trata de una ciudad plagada de memoria de la guerra, desde el piso de su plaza de armas, pasando por los centros culturales, hasta las fotos de los periodistas muertos en Uchurakay exhibidas perennemente en el Hotel San Rosa donde durmieron la víspera de su muerte. Si el epicentro de la guerra civil es memoria, que se conjuga con el ánimo de sus tradiciones, ¿por qué Lima no podría albergar un elemento central de esa memoria que abarca a muchos en el país? Los tiempos de la memoria son independientes de los análisis intelectuales o del propio movimiento de DDHH; son personales, y si se traducen en colectivos, en buena hora.
Las críticas planteadas en este debate son interesantes en ambos sentidos. El moviendo de DDHH es visto como el representante legítimo de los derechos humanos; esa es la percepción social y la ha ganado, mientras que el conservadurismo sigue pensando que la cifra de muertos o los remanentes senderistas son el asunto central. Además, todos los que vivimos en los años de la guerra, tenemos una interpretación distinta de aquélla, que no cabe ni en una ni en otra perspectiva. A las corrientes políticas y de pensamiento en el Perú, les falta reconocer que sus perspectivas no son generales, y que cada humano como tal es un mundo en sí mismo.
La clave es libertad de elección; no hay por qué suprimir las posibilidades de ésta. Si la memoria de Ferrando, de Risas y salsa o de los goles de La Rosa existe y de hecho cuenta con todos los medios para fortalecerla empezando por la TV, ¿qué tanto puede significar un museo de la memoria ubicado en cualquier punto de Lima? Los peruanos vemos cómo en otros lugares del mundo caen bombas de racimo que matan a miles, y nos creemos lejanos. Pero lo cierto es que nuestra convivencia pende de un hilo; sino lo cree vaya en combi de Lurín a Ancón o en bus de Lima a cualquier punto del país.
La cicatriz de esta guerra no se borra, quizá no se borre por mucho tiempo o no se pueda borrar, porque lo que originó el corte persiste en distintas dimensiones. Frente a eso, para enterrar la posibilidad de un museo de la memoria se usa la misma lampa o la misma punta de estrella, que se usó para cavar las cientos de fosas comunes que muchos desprecian. Pero también es cierto que el discurso de DDHH ha llegado a un límite en el que debe renovarse, sino seguirá representando una fuerza política intensa, pero sin ejercicio de poder. Renovarse para relacionarse con una sociedad que cambia, no lo necesario, pero que no es inmóvil.
1- No deja de ser interesante que a inicios de los ochenta, algunas de las secuencias de Risas y salsa, utilizaban a Sendero luminoso en sus chistes. Recuerdo claramente como Esmeralda Checa de decía a Antonio Salim, algo así como: qué esperas para hacer tal cosa, que te iluminen el sendero luminoso…
Alexandro Saco
15 3 2009
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